NG200403016
a los griegos de larga cabellera, antiguo símbolo del hombre libre 3 . El Príncipe se dirige a la asamblea, no solo, sino acompañado de dos perros veloces. Y la diosa Atenea derramó sobre él desde arriba su gracia divina- qespes…hn. Y todos quedaron asombrados al verlo. En este cuadro épico, bajo la imagen de un baño, que aún con- serva todo su vigor y lozanía, podemos considerar características esenciales de c£rij -gracia, que revelan similitudes sorprendentes con la gracia cristiana: a) esta gracia es un don gratuito de la divi- nidad; b) se apellida divina — qespes…hn —, como en el cristianismo; c) es vigorosa y eficiente, como nuestra gracia eficaz, según recuer- da san Pablo: «Si Dios a favor de nosotros, ¿quién contra nosotros?» ( Rom ., 8, 31); d) comunica irresistible atractivo a quien la recibe y le hace semejante a los dioses, y recordemos idénticos resultados en el cristianismo que, por esta razón, se llama a esa dádiva del cielo gra- cia santificante; e) se derrama como un líquido o un perfume sobre el agraciado; f) se adhiere como un vestido, si pensamos en la desig- nación teológica de gracia habitual. Todavía con mayor colorido nos ofrece Homero en la Odisea otro cuadro deslumbrante de la gracia ( Od . 6, 229-246). El divino Odiseo, así apelado por la constante protección sobrenatural, prota- gonista de la primera novela de aventuras de Europa, se lava en el río la sal recogida en el naufragio. Se viste la ropa que le entregara la joven princesa Nausícaa. A continuación la misma diosa Atenea le hace aparecer más alto, y derrama sobre su cabeza y sus hombros el aroma de la gracia, que desciende hasta el suelo. Odiseo queda transformado, deslumbrante de hermosura y de encanto. Tal espec- táculo produce impacto profundo en la princesa Nausícaa, que pro- clama a su corte de doncellas de bellos bucles: «No sin voluntad de los dioses arribó a nuestras playas este héroe, equiparable a los seres divinos. ¡Ojalá —le hace decir Homero, experto intérprete de la psi- 706 ALFONSO ORTEGA CARMONA 3 Las asambleas se celebraban, como observamos en este texto, por la mañana, a la salida del sol. Recordamos cómo la celebración eucarística primitiva era a esa misma hora, como Plinio el Joven testimonia desde Bitinia en una de sus car- tas al emperador Trajano ( Cartas , X, 96, 7, 2-3): « quod essent soliti stato die ante lucem conuenire, carmenque Christo quasi deo dicere» : porque solían reunirse en un día determinado antes del amanecer y decían una canción a Cristo como si fuese su Dios.
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