NG200403014

sión ilimitada; un cuerpo para siempre; de esos que nadie conoce ni puede imaginar siquiera. De alguna manera, todo el mundo sabe que no resucitaremos con el cuerpo que enterramos. ¿Por qué nos empeñamos, entonces, en afirmarlo así? Se impone urgentemente un cambio terminológico: enterramos a esta persona cuya vida ha llegado al límite de sus posi- bilidades humanas. Esperamos volver a verla. No con el cuerpo que enterramos, sino con el cuerpo glorioso que el Resucitador le rega- lará fijándose en el módulo perfecto que es él mismo. Y esto tendrá lugar no el último día, tal como habitualmente es entendida dicha expresión, sino a partir de ahora mismo. Resucita el que ha muerto y en el mismo momento en el que se ha despedido de nosotros. El creyente no es liberado ni del cuerpo ni del alma. Ni debe desear ni añorar lo que ya dejó como las sobras (por inservible para la permanencia que Dios otorga). Ambos, es decir, su «yo» experi- mentarán la redención total, eliminando las limitaciones, tensiones y rupturas de su anterior forma de ser. Su nuevo «yo» adquirirá las cua- lidades necesarias que le adapten a vivir en la Casa de Dios (de nuevo tenemos que recurrir a las categorías de aquí, a las categorí- as «espaciales», sencillamente porque no tenemos otras), a sentarse plenamente cómodo y disfrutando de la triple realidad divina o con el Dios tridimensional que le ha regalado una inimaginable forma de vida que le hace semejante a él, que le permite una visión directa, cara a cara, tal cual es (1 Jn 3,2). 6. INEXISTENCIA DEL TIEMPO INTERMEDIO La consideración de la muerte como separación del alma y del cuerpo ha hecho surgir la teoría del estado intermedio , el que debe transcurrir entre la muerte y la resurrección: después de la muerte las almas viven separadas del cuerpo en un lugar provisional des- conocido, siendo felices o desgraciadas. En el último día —repita- mos que este último día nos hemos empeñado en hacerlo coincidir con el fin del Universo— las almas recuperarán sus cuerpos y enton- ces serán plenamente dichosas o desgraciadas. Es una escenificación creada por la imaginación del hombre, con alguna aparente susten- tación en determinados textos del Nuevo Testamento, a los que ya REVISIÓN BÍBLICO-FILOSÓFICA DE LOS NOVÍSIMOS 673

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