NG200403014
rrección. Cuando se aparecía lo hacía en otra forma (= en etéra morfé , dice el texto griego, Mc 16,12), con su nueva corporeidad, radicalmente distinta de la que había tenido cuando vivió entre nos- otros. Nos hemos empeñado en afirmar la resurrección «con el mismo cuerpo y alma que tuvimos». En relación con esta expresión debemos precisar lo siguiente: La formulación es aceptable sólo en un sentido, en el que muy pocos piensan: mi yo resucitado coincidirá con mi yo histórico . Como el yo resucitado de Jesús era su yo histórico. Pero ¡menuda diferencia! La resurrección del cuerpo en cuanto reanimación del que ahora tengo ni es deseable ni es posible. ¿Optaría por mi cuer- po infantil, por el de mi pubertad o juventud, por el de la madurez o el de la senectud? Todos han sido míos. Todos se han ido murien- do y están enterrados en mi yo actual. Y el que ahora tengo, carga- do de achaques, con citas periódicas al médico, con el pastillero lleno de medicamentos variopintos... no me gusta nada. Si tuviera que resucitar así renunciaría a una pervivencia tan precaria, tan poco atractiva y en absoluto deseable. Además, tampoco sería posible. ¿Qué leyes biológicas y fisioló- gicas lo regirían? Supongo que, al ser el mismo cuerpo, sería gober- nado por las mismas leyes que determinan ahora su camino hacia el sepulcro. Dios ama en mí a mi propio yo; no creo que se sienta atra- ído por mis células por muy multimillonarias que sean. Dios me ama como hombre, no como células acumuladas, ni como cuerpo ni como alma. En mi último momento, Dios me entregará el cuerpo definitivo —cesarán, por tanto, los cuerpos «provisionales» con sus frecuentes cambios somáticos impuestos por el ritmo de la naturaleza; el que yo he ido construyendo a lo largo de toda mi vida, cargado con las múltiples experiencias acumuladas a lo largo de mi existir; con todo su poder relacional, que es su característica más acusada..., el resu- men de todos ellos; un cuerpo espiritualizado o animado por el Espíritu, capaz de vivir la eternidad de Dios; un cuerpo en el que se resume y sintetiza toda mi historia, incluso las desdichas y sinsabo- res que pasarán por el tamiz de la bienaventuranza divina; un cuer- po que plenificará todas las variedades de mi ser; que me regalará todo lo que yo no he podido alcanzar; que me hará Hombre pleno, el que ha intentado ser y constituía el objetivo más valioso de mi ilu- 672 FELIPE FERNÁNDEZ RAMOS
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