NG200403012

alumnos, hasta el punto de sentir un hondo deseo de abandonar las aulas, y constató con crudeza las secuelas directas de la Primera Guerra Mundial: escasez de alimentos, motines de hambrientos, paro, inflación desenfrenada, especuladores de mercado que trata- ban de sacar provecho de todo ello. El mundo en el que había cre- cido, reconocería años después, había quedado destruido. En aquellos días previos al final de la Primera Guerra Mundial, donde tanto se hablaba de paz, los comunistas no querían causar víctimas políticas; eso era, al menos, lo que ofrecía Trotsky en Brest- Litowsk . Esta noticia le agradó sobremanera a Popper por su natural adhesión al pacifismo. Pero al paso de los días se daba cuenta de que los superiores del Partido mentían. Unas veces negaban el «Terror Rojo» y otras afirmaban que era necesario. A sus demandas de explicación Popper sólo recibía justificaciones a las que se unía la recomendación de no someter a crítica las decisiones de los supe- riores: lealtad absoluta era la consigna. Y así fue como aceptó el marxismo, en un entramado de lealtades: a sus amigos, a «la causa», pero, sobre todo, a su falta de sentido crítico, según constató poco después, a pesar de tener el sentimiento de que estaba sacrificando al Partido su «integridad personal» 3 . Simplemente, lo había concebi- do como un credo que prometía la instauración de un mundo mejor. Estos avatares marcaron su pensamiento, de modo que en un breve espacio de tiempo, que se concentra en el transcurso del año 1919, quedan establecidos los pilares de su epistemología. A ello contribuyó su encuentro con el marxismo, acontecimiento que cons- tituyó un auténtico revulsivo para su pensamiento, el mayor de todos, ya que ni su contacto con la «psicología individual» de Alfred Adler, ni la que mantuvo con el análisis freudiano revistieron tanta importancia. El marxismo le había enseñado, además de lo expresa- do, un credo nuevo: el falibilismo , inculcándole al tiempo la modes- tia intelectual . A punto de cumplir sus diecisiete años la herencia que la gue- rra le había dejado era, además de escasa comida y vestido, un acen- drado sentido de la justicia y afán de lucha, pero, sobre todo, una noción clara de la realidad. Y ésta se puso de manifiesto al contem- LEGADO ÉTICO DE POPPER. LUCES Y SOMBRAS 625 3 K. R. P OPPER , La responsabilidad de vivir (Barcelona 1995) 260 y ss.

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