NG200403012

Abundado más en lo dicho, veamos, al respecto, como breve pincelada, otra matización acerca del verdadero futuro soñado por él. A Popper le preocupaba lo concerniente a una sociedad que viene siendo castigada habitualmente desde distintos frentes por variadas y múltiples razones. Y trató esta cuestión con realismo, pero también desde su optimismo, sabedor de que la situación podía ser modificada. En este sentido, y no en otro, pensaba en el futuro. Hablaba de la necesidad de luchar para ofrecer un mundo mejor a los que viven en él y a los que habrían de venir, ofreciendo una exposición acerca de los desmanes del pasado, con la finalidad didáctica de que no volvamos a incurrir en ellos en el presente, malogrando el futuro. Es lo único a lo que podía aspirar puesto que no tenía expectativas en una vida distinta como la que ofrece la cre- encia en un Ser trascendente. Estaba convencido de que es el hom- bre quien introduce la finalidad y sentido en la naturaleza y en la historia; en quien descansa la decisión de la meta de su vida y la determinación de sus fines. De modo que su racionalismo no deja lugar a dudas. Y está claro que la ausencia de compromiso con un Ser trascendente es algo respetable, que pertenece al ámbito priva- do de la persona, pero debía traerse a colación en estas páginas con el objeto de situar las propuestas éticas del autor, ya que esta parti- cularidad introduce una debilidad en sus argumentos. Hemos tenido ocasión de comprobar el alcance de ese racionalismo que impregna su concepción antropológica en todas las implicaciones contenidas en los presupuestos sociales, éticos, políticos, etc., que aparecen dis- persos en sus escritos. Y siendo así nos preguntamos, ¿de qué modo puede justificarse la búsqueda de un mundo mejor que tiene como horizonte el bien del hombre «nacido», únicamente? Así pues, para cualquier lector que haya profundizado en la riqueza del legado ético que Popper ha dejado en sus escritos reco- rriendo un camino jalonado más de luces que de sombras, el con- traste con el que nos recibe en este punto el hombre ilustrado al efectuar tales manifestaciones al redactor del diario Spiegel , de no conocer el modelo antropológico que subyace en su concepción de la persona humana, como se ha visto, podría ser acogido con asom- bro, como algo inesperado. Pero lo que se percibe en esas conside- raciones es el peso de una tradición que ha tomado bajo su amparo ideales enraizados en el pasado —hoy tan en boga— que apelan a 638 ISABEL ORELLANA

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz