NG200403011

La estética cristiana nos remite a una belleza original y objetiva, una belleza personal de Dios. Y, así, vendrá a cumplirse, en el arte evangélico, una argumentación para nuestras mismas creencias, a ser vehículo de una verdad y de una bondad de origen divino, un solo arte evangélico en un solo Cristo, Dios verdadero. II. MANIFIESTO SOBRE LA ESCULTURA ABSTRACTA EN EL ESPACIO PÚBLICO Salimos a la calle, a la plaza, a la carretera; y aquellos viejos monumentos de homenaje a las personas, históricos, ahora son monumentos de arte abstracto Hierros en puras geometrías o retorcidos, chapas acopladas o cajas superpuestas, espirales que se prolongan por el suelo o ascien- den a lo alto, son figuraciones mentales, razonamientos experimen- tales, ya sin relación alguna con la naturaleza visible. El espectador las mira, se le hacen difíciles para su personal comprensión y hasta puede ser que las mire ansiosamente, por tra- tar de entenderlas, sentirlas, alcanzar a descubrir su significado. Pero ese monumento abstracto ha quedado para el transeúnte en un cerrado silencio, no le habla, no le dice, ha quedado a dis- tancia de su mente. Es una obra que está en independencia, autosuficiente, que voluntariamente ella se aleja de los demás, de aquellos que se le vayan a quedar a mirarla; no será agresiva, pero tampoco se acerca, no dialoga, no se la descubre clave para su comprensión; en defini- tiva, es una escultura en silencio, el mismo silencio que se hace en la mente del observador. Pero sencillamente será todo eso lo que no debe suceder, que deberá haber entendimiento, que se pueda alcanzar a comprender y sentir la obra de arte, a entrar en ella, a descubrirla, que nos llegue, que esa obra tenga una elementalidad de palabra, que sea audible, nunca encerrada en sí misma, apagada en si misma, oscurecida. Tampoco importa en qué línea pueda estar catalogada la obra de arte, o si es abstracta , porque, de igual manera, deberá hacerse 612 ANTONIO OTEIZA

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