NG200403011

encuentro, que no puede estar en el solo temario del Evangelio. Está en esa hondura de sus personajes, en lo entrañable y definitivo de los diálogos, en la confrontación fecunda de Cristo con los hombres. El arte evangélico descubre lo intimo de la figura de Cristo y del ser humano, y se hace presente para nuestros días, «porque tuve hambre y me disteis de comer» ; ¿a quién?; y así podrán ir pasando por la galería del arte cristiano todos aquellos con los que nos cruzamos por la calle . «Lo que hicisteis a uno de esos pequeñuelos, a mi me lo hicisteis», y esa es la verdadera urdimbre con que el arte cristiano entreteje recuerdo y presente, y el artista religioso y evangélico se esfuerza por hacer visible esta historia sagrada siempre presente, se esfuerza por romper la materialidad de lo descriptivo, el personaje de carne para que sobresalga el espíritu; y, así, en cada obra, y a la vez de lo singular descubrirá lo universal y permanente del arte reli- gioso. Los grandes servidores del Evangelio se comportaron así, fue- ron los buscadores de la persona individual, la que estaba en proxi- midad, y si Francisco de Asís abraza y besa a un leproso, éste era Cristo y Cristo era el leproso, y abraza a los dos, y el artista religio- so que sabe de esta vivencia y busca representarla, también aquí deja de haber Cristo y deja de haber leproso, ya todo trasciende, ha quedado un abrazo trascendido. Ahí está Giotto, con su voz amplia y voluminosa, acogedora a la vez, afectuosa, evangélica. Cristo y Francisco y todas las criaturas en la gran hermandad. Así, Cristo viene a ser fundamento de un arte evangélico, fun- damento ya para todo lo religioso, para todo arte religioso, porque en Cristo vinieron a recapitularse ya todas las cosas. Sólo la buena inteligencia, liberada de posturas ciegas o intere- sadas, puesta en disposición receptiva para la verdad, podrá apre- ciar lo valioso de la obra de arte religioso, el esfuerzo que el artista haya puesto en ella, su caminar para la realización de esa obra evan- gélica. Bien merece alguna consideración aquel que todo lo ha renun- ciado para crear un arte así de cristiano, bien lo merece aquel Monje ortodoxo, recogido y ascético en el trabajo de sus iconos. 610 ANTONIO OTEIZA

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