NG200403011
para hacer una posible critica; eran ya como la figura del espejo; ya no era yo mismo, eran esas obras las que se abrían desde ellas mis- mas que se me revelaban en esas sus propias entidades en cuanto al espíritu religioso que tenían, para su percepción; y yo siempre receptivo, sin esfuerzo por mi parte, pero ya con absoluta certeza de mi capacidad para entender, mejor, no para entender, sino para saborear, de manera suprema, lo que ellas me descubrían. No todas eran iguales en sus espíritus, en su religiosidad; cada una se me descubría distintamente, y algunas que se conocían de antes como famosas, por ellas o por sus autores, no lo eran. Vi a un Greco tratando por desprenderse de la materia, venía desde un ambiente naturalista, se le notaba y puso su esfuerzo por despren- derse, se le notaba, se me descubrió con toda claridad, era algo para que fuera aumentando mi fiebre. El realismo de Juan de Juni. Nada tenía de religioso, tanta figu- ra, tanta anatomía, tanto teatro, tanta materia oscurecía su buena intención por la búsqueda del espíritu; y hasta Gregorio Fernández, su Cristo yacente , para descubrirle su alma, había que alejarse, pro- yectándose desde sus pies, ver menos su cuerpo y mirarle desde cierta distancia, desde la abstracción. Y así sucesivamente, cada obra de arte se me iba descubriendo, aclarándose para mí en su verdad religiosa. Tanto descubrimiento se me hacía ya demasiado, sin mérito alguno por mi parte, ese pedazo del arte religioso de cada obra. La revelación de tanto espíritu me fue desbordando y, en la obra que no lo tenía, también sé descubría su ausencia. Esta percepción de un saber en donde estaba lo religioso en cada obra, lo sentía ya de manera excesiva; parecía que ya pudiera catalogar en cada obra el espíritu que cada una de ellas tuviera, si las pudiera jerarquizar a ellas desde el 1 al 10. La belleza y el espíritu se hacían una sola cosa, y la figuración por sí sola no importaba; pero una figuración que hubiera nacido del espíritu, ya no era figura ni materialidad; estaba ya transpuesta, y poder descubrir esa diferencia, que así se me representara, era ya sentirme como antes nunca lo hubiera podido experimentar. El espíritu religioso de la obra se desprendía de ella misma, se hacía realidad independiente, como si saliera de la obra misma de 618 ANTONIO OTEIZA
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