NG200403011

III. LA PERCEPCIÓN DEL ARTE La Exposición de Arte Religioso era enorme en obras de arte. Estaba en la Catedral de Segovia; fui paseando por ella, mirando y admirando, me detuve en un espacio. Del gótico del siglo XV y ahí me vino a suceder algo distinto. No era mi mirar el que llegaba a esos cuadros, eran ellos los que se me descubrían sin esfuerzo algu- no por mi parte. Cayó de golpe sobre mí la fuerza espiritual que ellos cargaban. No era precisamente su mensaje religioso, el tema que ellos pudie- ran tener; era algo más, era su espíritu limpio y verdadero el que se me descubría, la fuerza religiosa que estaba en ellos y yo era el receptor, yo pasivo, me alcanzaron. Esos cuadros eran seres reales, estaban con un espíritu vivo. Éramos dos: ellos y yo. Como si yo me mirara a un espejo, si mi figura estuviera en ese espejo, como si mi figura se desprendiera de ese espejo, como si la figura del espejo adquiriera realidad propia, como si ella saliera de ese espejo y ya fuéramos dos, y esa figura del espejo fuera más dominadora, que me desbordara, y yo pasivo y desvalido. Algo parecido a todo eso me venia a suceder con esos cuadros del gótico, como si su espíritu religioso fuera real, existente ahí, como si se desprendiera de esos cuadros, a la manera de la figura del espejo, que me hablaran sin yo poner un juicio. Ellos, su espíri- tu con entidad distinta, con espíritu real de una realidad religiosa, independientes esos espíritus y cada cuadro en esa distinta elo- cuencia, con su realidad religiosa medible, con un peso real, con su espíritu al descubierto. A mi lado, tenía una enorme puerta de bronce y en ella tuve que apoyarme, pasé el dorso de mi mano derecha sobre mi frente, la tenía húmeda, la tenía fría. Tuve que dejar de mirarlos, parecía que enfermaba; seguí cami- nando, y ya en todas las demás obras por las que iba quedando mi mirada, como si cargara ya con ese conocimiento experimental y estuviera ya en mi cierta capacidad para recibir y comprender con exactitud lo que tuvieran de espíritu, de religiosidad cada obra de arte. Pero no era un juicio sobre lo que yo pudiera ya saber de antes EL ARTE EVANGÉLICO Y OTROS ENSAYOS 617

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