NG200403011

hacer, aquello de lo que nos habla la naturaleza, que esa escultura- monumento-público ya trasciende de su misma composición abs- tracta porque ella es también vida; que lo abstracto, si sólo fuera abstracto, deja ya de ser un arte abstracto; que una idea sin cuerpo deja de existir para lo visual, no existe. No es posible desentendernos de la totalidad de nosotros mis- mos, que es así cómo nos comunicamos con los demás; y si lo abs- tracto renuncia a esta elemental corporeidad, ya no convence, que lo mental del hombre también está cargado de su propia carne y de instinto; así, lo abstracto puro no puede estar ni pertenecer al arte. El verdadero arte abstracto busca también trascender en espíri- tu, y el artista llega a ese abstracto por este anhelo de encuentro, superando a su propia mente. La escultura abstracta puede convertirse, así, en la suprema aclamación del hombre para el hombre. Si hablamos de lo espiritual, no hacemos referencia a lo invisi- ble, lo que está fuera de nuestros sentidos, y sí de la totalidad de nuestro ser vivo; que lo espiritual no es evasión del cuerpo, que fuera a quedar en una nada visual, porque, en arte, el cuerpo, la materia, ha de exaltar lo espiritual que llevan, y ese cuerpo ya trans- formado, esa idea ya transformada, dejaron ya de ser cuerpo, de ser idea. Vinieron a entregarse en mutuo acuerdo para quedar ya en la novedad de un nuevo ser, en un arte abstracto y verdadero. Pero ninguna de estas pretensiones por una escultura abstrac- ta y pública podrán cumplirse si antes no existe un comportamien- to ético en la misma sociedad, y en particular en aquel artista comprometido, por realizarla. El arte, y aún más del monumento público , ha venido a entrar en la vorágine del dinero y lo fácil. La veracidad, el compromiso sin- cero de aquel artista que todavía pueda creer en el arte como un ele- mento para la contemplación y el estímulo, y no como un comercio, quedan marginados por los pícaros de turno, servidores de sus pro- pios intereses. 616 ANTONIO OTEIZA