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que también es muy posible carecer de El para siempre, padece en esta memoria a manera de muerte» 14 . De la mano de tan buen maestro, hemos acompañado al alma en de sí misma y en su arribar e la cumbre del Monte de la Mirra —la mortificación y negación de sí misma— en busca del Amado. Pero el Amado, que la ha herido, ni se le ha manifestado aún en la forma que ella busca, ni mucho menos se le ha entregado. Desde la cumbre antes aludida, ha enviado nuevos mensajeros que le infor- men de sus padeceres y de sus ansias por Él. Su anímica situación podría producir en ella una especie de perplejidad o indecisión. ¿Qué más podría hacer para encontrar al Amado? Mientras Él no baje y le dé la mano esponsorialmente, ella no puede subir más para dar con Él. Pero tampoco puede resignarse a la inactividad en espera pasiva. Entonces, se decide a una especie de regreso, uno de esos regresos místicos que se dan en los buscadores en la misma situa- ción. Presa de esa decisión fulgurante, prorrumpe en arrebatadora estrofa: «Buscando mis amores,/ iré por esos montes y riberas,/ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, Y pasaré los fuertes y fronteras.» Otra vez vuelve el poeta místico a sorprendernos con la belle- za encantadora de sus metáforas. El dinamismo espiritual centrífugo del alma se transmite a ideas y vocablos, y unas y otros van brotan- do de la pluma al aire sutil del lenguaje metafórico con una rapidez relampagueante y una robustez granítica. ¡Qué fluidez ardorosa y deslizante la que percibe el oído en la sola enunciación silábica de esta preciosidad de lira! La simetría de acentos, la oxitonidad de los verbos y esa belleza de fuga bachiana en la enunciación de los tres últimos versos. sin una sola sinalefa. Son logros expresivos sor- prendentes. Hasta el esfuerzo del alma en el paso de los fuertes y fronteras se refleja en la dificultad natural de pronunciar las dos labiodentales próximas. El mayor encanto de la estrofa reside en esa su belleza aculada de metáforas. Nos hallamos nuevamente ante una alegoría miniaturizada, realizada estéticamente por una doble sinéc- doque: el plural sustituyendo al singular y lo concreto a lo abstrac- to. Las metáforas de la estrofa —cada verso, una— vienen determinadas ideológicamente, menos la del último verso, por el motivo eglógico de la lira anterior. Las metáforas de esta lira son de 600 ABILIO ENRÍQUEZ 14 Ib ., 920-930.

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