NG200403010

nosa, causada por un dolor anímicamente penoso. Sin embargo es un gemido esperanzado por una santa ambición de saciedad. Saciedad tan intensa, que nada fuera de Dios podrá saciar. Por eso, por la complejidad e inefabilidad de esa ansia, el alma acierta a expresarla con vocablos articulados, cargados de concep- tos, y se refugia en el simple sonido sin palabras. Un poeta moder- no, tocado del influjo de la llamada poesía pura, acaso hubiera buscado una expresión de las que unan abstractas y acudiendo a la paradoja por pura sinestesia, diría: «un silencio torturado», pero con esta expresión qué plasticidad expresiva nos hubiéramos perdido con esa sustitución. «Como el ciervo huiste...» . Aquí san Juan abandona el lenguaje metafórico, para refugiarse en el símil. Un símil inspirado por la Biblia. Se encuentra en el Cantar de Cantares, y en uno de los sal- mos davídicos se evoca el ciervo o el cervatillo 9 . Pero el fontivere- ño, al que debió de resultarle simpática la figura elegante del cuadrúpedo, pues resulta familiar en sus escritos, lo cambia aquí de paciente que suele ser, en agente. Aquí no es herido, sino el que hiere. Pero la metáfora vuelve a aparecer en el verso siguiente. «Habiéndome herido» ... La pena que la ausencia de Dios —ausencia de su visión sensible— deja en el alma esa vehemente, sangrante, ardorosa, inextinguible pena. Palpitante como una herida reciente en la carne. Aquí está la metáfora: sustitución de lo espiri- tual anímico por lo material, la herida. La herida del alma por la del cuerpo. El dolor del alma es mucho más fuerte, más vehemente que el del cuerpo; pero precisamente no tenemos vocablo propio para expresar el dolor del alma. Aquí el dolor del alma lo es tanto por doble motivo: por ser quien es el vulnerante y por la presteza con que el que hiere ha huido. Y aquí otra metáfora silenciada: la heri- da sustituye a sentimiento, congoja, y ansiedad; pero sentimiento, congoja y ansiedad paradójicamente sabrosos y deseables; lo que no es natural, sino todo lo contrario. Nos topamos aquí con el lenguaje privativo del amor y sólo en ese lenguaje es explicable esta antitética paradoja. Que sea sabroso y deseable el sentimiento fruto de la herida, ese salir apresurado del 596 ABILIO ENRÍQUEZ 9 Ib., 917.

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