NG200403009

carne en sí o del cuerpo, y enfrentar éste al alma, lo que está pre- sente en San Pablo es un deseo por poner de relieve la caducidad del hombre como tal, y tratar de orientar debidamente su existencia, que se ha tornado pecaminosa, hacia Dios. Por su parte, del término yuchv , como equivalente a alma, a tenor de distintos pasajes paulinos pudiera decirse igualmente que su significado corresponde también con el del hombre en su totali- dad y hasta con el de «tod o hombre» 8 . Finalmente, el término central para San Pablo, sobre todo teniendo en cuenta el propósito de sus Cartas, que no es otro que el del anuncio de la liberación y salvación del hombre por parte de Dios, es pne ~ u m a , traducible por espíritu. Ahora bien, pne ~ u m a tiene que ver con soplo, hálito y, enton- ces, es referido al hombre para significar el espíritu del hombre, mas sin pretender realizar ningún tipo de disquisiciones filosóficas sobre esto. Pero, pne ~ u m a tiene además otra equivalencia muy distinta y fundamental y, en este caso, denota el espíritu de Dios. Pone de manifiesto la virtud o acción de Dios que se extiende sobre el hom- bre. De donde que, si el hombre se deja guiar por Dios, se convier- te en pneumatikós ánzropos , u hombre espiritual, frente al psichikós ánzropos , u hombre psíquico o natural, que se orienta según la naturaleza 9 o la animalidad. En conclusión, el término espíritu no revela que San Pablo hable de éste en el sentido de una dicotomía, presentándolo como opuesto al cuerpo y alma conjuntamente. Ni tampoco en el de una tricotomía, o por alusión a algo así como un tercer plano distinto y 574 JOSÉ LUIS RODRÍGUEZ MOLINERO 8 Sobre esto último se dice así en la Carta a los Romanos : «Tribulación y angustias sobre todo hombre que hace el mal, primero sobre el judío, luego sobre el gentil» (Rom 2,9). 9 Por tratarse de un texto sin duda básico en la antropología religiosa de San Pablo lo trasladamos con amplitud a este lugar: «Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el espíritu de Dios, para que conozcamos los dones que Dios nos ha concedido. De éstos os hemos hablado, y no con estudiadas palabras de humana sabiduría, sino con palabras aprendidas del Espíritu, adaptando a los espirituales las enseñanzas espirituales, pues el hombre natural no percibe las cosas del espíritu de Dios; son para él locura y no puede entenderlas, porque hay que juz- garlas espiritualmente. Al contrario, el hombre espiritual (los subrayados son nues- tros) juzga de todo, pero a él nadie puede juzgarle» (1 Cor 12-16).

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz