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dente en una época en que predomina un «espíritu positivo» pone, sin embargo, de manifiesto su verdadera intención con estas pala- bras: «Los filósofos de la historia consideran lo pasado como una etapa opuesta y previa a nosotros los avanzados. Nosotros por el contrario consideramos lo que se repite, lo constante y típico, como algo que tiene eco en nosotros y que es comprensible” 16 . Llama la atención que pensadores como Ranke y Burckhardt, que además como historiadores contribuyen de forma decisiva a que el estudio de la historia adquiera rango de disciplina científica y que por otra parte desarrollan su actividad en una época en que la men- talidad dominante veía los asuntos humanos como sometidos radi- calmente —ya desde su propio origen— al flujo de lo procesual, evolutivo y cambiante, y por tanto de lo variable y corruptible, bus- quen sin embargo afanosamente un fundamento permanente de lo histórico, en el caso de Burckhardt además, dentro de la historia misma. La razón de ello no está, en mi opinión, al menos no priori- tariamente, en una especulación ontológica de corte aristotélico y a su modo kantiano, según la cual si todo fuera cambiante no se podría identificar nada que cambia o, con otras palabras, universali- zar el cambio implicaría su negación o destrucción 17 . La verdadera razón es, como ya queda apuntado, que si se consideran las crea- ciones y manifestaciones culturales, incluidas las religiosas, en fun- ción unas de otras, sea como culminación de un proceso, sea como etapas del mismo que hacen posibles las posteriores, se les priva en mayor o menor medida de su entidad y consistencia propias, y se da pie a absolutizar unas en detrimento o con exclusión de otras, sea por objetivos pragmáticos, intereses ideológicos o motivaciones étnicas. Hay ya en estos autores un rechazo del nacionalismo como criterio de valoración histórica, muy expresamente en Burckhardt; y hay también en ellos una crítica ímplicita del eurocentrismo, aunque, como es natural, los conceptos en que esa crítica se apoya surgen y se configuran en el contexto de la propia cultura europea. Europa no puede representar el término, y menos el fin o sen- tido de la historia, puesto que eso equivaldría a negar lo que en ella es permanente e invariable: el orden divino según Ranke, las carac- 526 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ 16 Ib . 17 Es el aspecto a que se refiere H. S CHNÄDELBACH , O.c. , 54.

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