NG200403007

Puede sorprender a primera vista el fracaso de esos intentos que procuraban por una parte purificar las religiones positivas de todo aquello que se les había ido adhiriendo indebidamente, de todo rastro de superstición y, por otra parte, de conformidad con las más fuertes tendencias de la época, racionalizar la religión hacién- dola universal y única y, al mismo tiempo, simplificar al máximo sus contenidos. Pero es ésta una de las razones del fracaso. Precisamente por- que la necesidad de la religión se asienta en algo nuclear del ser humano no se la puede reducir a la actividad propia de esta o aque- lla facultad, sea el sentimiento o la razón, por más que tengan un papel relevante y sea ineludible recurrir a ellas. Hay, además, otra razón más radical por la que el intento de instaurar una religión natural tenía que fracasar. Sus representantes se oponían a las religiones positivas y pretendían otra religión, pero si el intento era serio tenían que establecer, es decir, poner esa reli- gión en la realidad, acompañada de su culto, sus ritos y sus libros sagrados. No lo hicieron porque, lo quisieran o no, no es posible. Una religión no se hace, por supuesto, ya que no tiene carácter ins- trumental. Pero tampoco se crea por decisión racional. No es casual que esto no haya tenido lugar nunca. En el origen de las religiones han estado siempre hombres religiosos, personas que tenían una fuerte percepción de lo sagrado, que se sentían interpelados por esa dimensión totalmente novedosa y que incluso se sintieron destina- taros de una revelación, de un mensaje de vida y doctrina que se les desvela desde lo alto. La religión no es, no debe ser, irracional, pero su origen no está ni puede estar en la actividad de la razón. Las discusiones que sobre este tema tuvieron lugar especial- mente a finales del siglo XVIII fueron muy importantes y significati- vas por diferentes motivos: porque tal como era habitual en la época se llevaron a cabo con todo rigor y radicalidad, porque dentro de esta radicalidad se consideraron todos los aspectos posibles, espe- cialmente de la religión común entonces, el Cristianismo en su doble versión, católica y protestante y porque se llegó, por obra del joven Hegel —después de someter a revisión su propia concepción de años atrás— a la conclusión, intelectualmente no cuestionada hasta la fecha, de que toda religión es esencialmente positiva. 536 MARIANO ÁLVAREZ GÓMEZ

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