NG200403007

esa tradición se apoya así como en el modo de entender esa refe- rencia, en las competencias que se le reconocen a la autoridad den- tro de la comunidad creyente, en la relación de los fieles entre sí y con quienes profesan otra religión, etc. La forma en que la religión se particulariza y hace «positiva» es sin duda muy compleja, entre otras razones porque se va constitu- yendo históricamente mediante una especie de deslizamiento entre dos orillas: la que integra costumbres, normas, tradiciones e identi- dades definidas, que guían a la comunidad y al individuo; y, por otra parte, la forma de vivir todo eso y de incorporarlo, y tal vez sobre todo la forma de responder a los retos, dificultades e impugnacio- nes que le vienen desde fuera. Para mencionar un solo ejemplo de esto último: el modo en que el Cristianismo se ha ido configurando tiene que ver con la asimilación y trasformación del pensamiento griego, del derecho romano, de las diferentes corrientes artísticas, de su relación con los poderes políticos en la Edad Media o con la efer- vescencia cultural del Renacimiento. En la época moderna, sin embargo, tiene lugar un fenómeno, que se abre paso desde fuera de las religiones positivas o estableci- das pero que pretende solucionar un problema religioso o, dicho de otro modo, dar una respuesta religiosa a una situación nueva. En parte como consecuencia, o más exactamente como reacción a las guerras de religión, en parte también debido a la visión unitaria de la realidad, que va imponiendo la ciencia, se intenta, en el siglo XVIII, crear una religión natural que, justo por brotar de la natura- leza humana, de los sentimientos del corazón, sea capaz de superar los enfrentamientos y guerras entre las religiones positivas y, por otra parte, de interiorizar como voluntad de Dios las decisiones del soberano, estrechando así los vínculos de unión entre los súbditos y constituyéndose, a más de religión natural, en religión civil. Hubo en el siglo XVIII, además de Rousseau, otros pensadores que en el mejor de los casos toleraban a las religiones positivas y que al mismo tiempo se sentían muy religiosos. Esa tendencia fra- casó por completo, como fracasó igualmente el deísmo que recono- ce a Dios, a un ser supremo ajeno a los asuntos humanos, y fracasó incluso el teísmo que profesaba ciertamente la creencia en un Dios pesonal y providente, pero que reducía a un mínimo las prácticas religiosas concretas o las consideraba innecesarias. EL FIN DEL EUROCENTRISMO RELIGIOSO… 535

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