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cia, distinguirlos» (LCS, 126). Efectivamente, las cosas más sutiles, las que no pueden ser captadas por su presencia, como es el caso de la piedad, han de saberse por vía negativa, por su ausencia, «por el hueco que dejan». Siguiendo tal vía, entonces debemos preguntarnos qué es aque- llo que toma presencia ante nosotros, para saber lo que se nos ha ausentado, aquello que nos falta. Y lo que está presente en nuestra actualidad es el dominio que tenemos de las cosas, que las posee- mos, pero no nos entendemos con ellas . Y menos aún con aquello que, o bien no hemos terminado de conocer, o bien, «no es». Justamente esa es la idea de piedad que María Zambrano comienza manejando: «piedad es el saber tratar adecuadamente con lo otro» (HD, 203). Aquí «lo otro» no ha de ser entendido como lo otro pero semejante a mí, pues de lo contrario reduciríamos la piedad a la vir- tud de la caridad en tanto que amor a los demás como a sí mismo . Por eso dice Zambrano que: “cuando hablamos de piedad, siempre se refiere al trato de algo o alguien que no está en nuestro mismo plano vital; un dios, un ani- mal, una planta, un ser humano enfermo o monstruoso, algo invi- sible o innominado, algo que es y no es. Es decir, una realidad perteneciente a otra región o plano del ser en que estamos los seres humanos, o una realidad que linda o está más allá de los lin- deros del ser” (HD, 203). Y es que sucede que la noción que el hombre tiene de sí como conciencia y razón hace que sólo se considere semejante a otro hombre y apenas sabe tratar sino con aquello que entiende como copia o reproducción de si mismo. Con lo diferente, con lo otro en el plano del ser, no sabe qué hacer con él. Para ello ha creado la tolerancia, palabra favorita del léxico de la modernidad, que signifi- ca hacer permanecer a distancia, respetuosamente, aquello con lo que no sabe tratar (LCS, 127). Es decir que no sabemos manejarnos con aquellos seres que son distintos de nosotros, es más, podríamos decir incluso, que no somos capaces de aceptar que haya seres dis- tintos de nosotros. Y este hecho queda mostrado en que las propie- dades de estos seres nos las apropiamos como nuestras, como le sucede a Platón que de entender la piedad como el respeto debido a los dioses, la hace al final una forma justa de ser del hombre. Lo 466 LUIS ANDRÉS MARCOS

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