NG200403005
CONOCIMIENTO COMO PIEDAD La Filosofía, para conocer, no ha necesitado la piedad. Y como no la ha necesitado, se ha mostrado des-piadada con ella, arroján- dola a una especie de confusa marea emotiva que se revuelve en el mar interior de cada cual, y que no tiene nada que ver con la reali- dad que hay fuera. La piedad, por tanto, no ha tenido su espacio en el ámbito del conocer, ha estado de sobra. De aquí que incluso entre nosotros y ahora, una pregunta filosófica por la piedad nos resulte extraña; y, si además, la anunciamos como necesidad para el cono- cimiento, bien pudiera entenderse como afirmación extemporánea e insustacial, o tal vez, lo que sería aún peor, como pérdida del senti- do filosófico. Y sin embargo, la filosofía pudo tener conocimiento de la pie- dad, pues nada más nacer, en la persona de Sócrates, se le hizo la acusación, precisamente, de im-piedad. Parece que tal acusación, dado que terminó en condena, motivó a Platón a preguntarse por la esencia de la piedad, tarea que lleva a cabo en el (desconsiderado) Diálogo Eutifrón . No obstante, una respuesta adecuada a esta pre- gunta sería sólo conocer la piedad, pero todavía no significaría nece- sitarla para conocer. Y si fuera cierto lo que dice Aristóteles al comienzo de la Metafísica, que «todos los hombres desean por natu- raleza saber», lo que habrá que seguir pensando no es sólo qué es saber, sino también qué tipo de naturaleza es esa que sólo quiere conocer, si fuera el caso que sólo haya querido eso. Por contra, a la piedad le quedó reservado un lugar en el ámbi- to de lo religioso (cristianismo). Tal lugar podría ser visualizado en el cuadro La Piedad (Vaticano) de Miguel Ángel, donde se repre- senta a la madre cuidando el cuerpo del hijo recién bajado del pade- cimiento de la cruz. La piedad, por tanto, está aquí entendida como a-penarse del padec er del otro 1 . Pero este cuidado ha terminado entendiéndose, bien como caridad (ya sea sentimiento que impulsa 1 Es la primera acepción de «piedad» que figura en el Diccionario: «inclina- ción afectiva con pena o sentimiento hacia una persona desgraciada o que padece» (M. Moliner).
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