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que podría haber existido, pero que nunca será. Existe y existirá sólo en la mente, en la conciencia creadora del literato. Ésta es la que hace una realidad nueva, inventándola, o transformando la ya exis- tente, pintándola sobre raíces existenciales diversas de las que se dan en el mundo del hombre. Las proposiciones lingüísticas, enton- ces, el discurso literario no describe lo que es, sino lo que no es, aunque parezca existir dentro del mundo físico para ser entendido por el lector. Lo verosímil, como que se hace realidad. Todo resulta de un proceso de singularización, la mayoría de las veces, en la expresión literaria de los entes de ficción respecto a los entes de la lengua común. Por ejemplo: lengua común, «los héroes defensores de los oprimidos» — lengua literaria , «Don Quijote, defensor de cau- tivos». Tal singularización se efectúa mediante una combinatoria del significante y del significado de los signos lingüísticos, creando trans- formaciones poéticas por designación, desplazamiento o integra- ción. Se descubren entonces, en este discurso literario, las alegorías, metáforas y símbolos. En el mundo inventado de los entes de fic- ción, se crea su correspondiente mundo de ilaciones lógicas, con frecuencia no obedientes a las leyes que sigue la actividad natural y científica de la mente. No hay una estructura fija y determinada del discurso literario, sino que se va elaborando en un cruce de super- ficies textuales. Un diálogo en que intervienen, la conciencia crea- dora que fabula y la conciencia destinataria de los entes de ficción y la hermenéutica que hace de los mismos. Ésta última es la que va descubriendo las reglas de juego que la mente sigue en el itinerario del quehacer de los entes de ficción. En toda narración existen múl- tiples motivos que guían la acción de los personajes, pero siempre hay uno dominante que hace a los demás convertirse en secunda- rios y se plasman en el lenguaje. En el Ingenioso Hidalgo Don Quijote , el deseo de realizar el bien caballeresco constituye el moti- vo dominante y su secuencia da lugar, en el habla literaria, a la apa- rición de los motivos secundarios. Es precisamente el carácter discursivo de la expresión el que sitúa la dialogicidad en el espacio y en el tiempo. Únicamente el silencio, la mudez absoluta, son atemporales y su espacio indefini- do asemeja al infinito. No se da en ellos sucesión ni cadencia. Sin embargo, en el diálogo de los entes de ficción, se trata de un dis- ENTES DE FICCIÓN, REALIDAD Y LENGUAJE 439

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