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identificación de los actores con los héroes que representan en esce- na, que se produce al aprender de memoria sus palabras e interpre- tar sus acciones, sino que el espectador, como recoge la metáfora de la filosofía que creó Pitágoras 12 , contempla las peripecias de la vida humana en el escenario, siente temor y compasión, y se identifica con lo contemplado, haciendo su alma semejante a la de los mode- los que aprende por mímesis 13 . 400 PABLO GARCIA CASTILLO de imitación —palabra, música y ritmo— además de elementos coreográficos y esce- nográficos, que le dan un sentido de espectáculo que merece ser contemplado, como significa la etimología de «teatro», es decir, el lugar donde se contempla la vida humana en acción. 12 Pitágoras es quien inició la visión del cosmos como un libro escrito en caracteres matemáticos, pero lo importante no era tanto leer ese libro cuanto incor- porarlo en el alma del que aprende. Desde la invención de su nombre la filosofía es entendida como contemplación, saber que se aprende por los ojos del alma. Esta concepción «visual» del saber filosófico tiene su primera expresión en la « máthesis » pitagórica y llega hasta la teoría de la iluminación de los neoplatónicos, teniendo como hitos fundamentales de su despliegue entre los griegos el « noûs » de Parménides y Anaxágoras, la visión platónica del Bien, que el ojo del alma contem- pla y la « nóesis » del motor inmóvil aristotélico. Junto a esta tradición que concibe la filosofía como mirada se desarrolla también entre los griegos otra, no menos importante, pero eclipsada por el fulgor de la primera. Es la concepción de la filosofía como saber aprendido por el oído, como escucha de la palabra. Curiosamente esta segunda metáfora del conocimiento filosófico arranca también de una leyenda pitagórica. A León de Fliunte, que no había oído jamás tal palabra, Pitágoras le explica lo que significa el término «filosofía», utilizando un símil que se ha hecho famoso: La vida, le dijo, se parece a unos juegos olímpicos, unos acuden a ellos para competir por la gloria de una corona, otros para comprar y ven- der, pero los mejores para contemplar (D IÓGENES L AERCIO , I 12. J ÁMBLICO , Vit. Pit., XII 58. C ICERÓN , Tusc . V 3, 8-10). Pero los espectadores de los certámenes no sólo van a ver a los atletas, también van a escuchar música. Esta segunda vía de conocimiento es fundamental en el pitagorismo y en toda la filosofía griega, como he mostrado en G ARCÍA C ASTILLO , P.: «La filosofía como escucha de la palabra», en La ciudad de Dios , CCVIII, 1 (1995), 265- 274. 13 Platón considera la influencia de la educación poética como algo seme- jante a la alimentación del alma. Los niños, como puede verse en la descripción de la educación infantil del Protágoras , reciben su primera instrucción mediante la narración de mitos y leyendas de héroes y dioses. Con ejemplos tomados de Homero, critica Platón las imágenes de dioses inmorales y crueles, así como las des- cripciones de héroes que dan rienda suelta a emociones como el miedo a la muer- te, el dolor o la alegría desmedida. Las leyendas, que constituyen la letra poética de la educación musical, deben inculcar la verdad, el autodominio, el valor y la mode-

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