NG200403002

Frente al espejo inmóvil de las letras escritas en el libro exte- rior, frente al estéril y monótono decir de la escritura, que es un espejo espacial que siempre refleja la misma imagen, hay un espejo líquido interior, un río que se halla en permanente cambio, que es como un libro blando o unas aves en vuelo, porque es el diálogo silencioso del alma consigo misma. Un libro hecho de una especie de hilemorfismo inteligible, como lo entendieron los neoplatónicos. Porque las huellas de las cosas, esas letras pintadas en el alma, son las formas a las que han de acomodarse las cosas, para conformar el saber verdadero, que nunca es aprender desde la ignorancia, sino reconocer lo sabido en el libro del alma. Saber es recordar, es reco- nocer lo conocido, que el alma olvida en su constante vuelo y nave- gación en busca del sentido, de la belleza y de la verdad que transita por el cauce de la memoria interior. El saber es como la música que se halla escondida, dormida en el alma. Los libros, la escritura exterior, constituyen la partitura que el alma ha de ejecutar para interpretar la melodía del conocimiento y de la existencia en la comunidad. Todos los diálogos platónicos, como el propio Platón nos advierte en su teoría hermenéutica, no son más que signos silencio- sos y llenos de sugerencias, como un hermoso juego, como un cami- no sin transitar, como una carta de navegación, como un libro exterior, cuyas silenciosas páginas no encuentran sentido en doctri- nas secretas no escritas, sólo escuchadas por los iniciados que acce- dieron al interior de su Academia, sino que son como pinturas, como signos, como libros, cuyo sentido sólo se hace vivo, presente y actual en el libro interior, en la soledad sonora, en la música calla- da del libro del alma. La verdadera filosofía no está en los libros. No hay un solo diá- logo platónico que encierre el secreto de su filosofía. Ni hay doctri- nas secretas que sean la clave hermenéutica de la escritura platónica. Más bien, como él mismo advierte en su Carta VII , no hay que bus- car en sus diálogos escritos el sentido último del filosofar, sino en el diálogo que ellos son siempre capaces de suscitar en el interior del alma del que aprende tras su lectura silenciosa. Él mismo asegura que «no hay ni habrá nunca una obra mía que trate estos temas <de la filosofía>; no se pueden, en efecto, precisar como se hace con otras ciencias, sino que después de una larga convivencia con el PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 427

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