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fundamento, capaces de ayudarse a sí mismas y a quien las planta, produciendo excelentes frutos, portadores de esa semilla inmortal que da felicidad al que la posee en el grado más alto posible. Por eso, el filósofo es el verdadero escritor, pues no confía las cosas serias a los escritos, sino que guarda las de mayor valor para el diálogo personal y vivo con los interlocutores que buscan con él la verdad. El que sólo es capaz de crear discursos escritos, no guar- dando nada de mayor valor, será un poeta, un orador, un legislador, pero no un filósofo. Porque el filósofo no considera los escritos como autárquicos, sino que son sólo una ayuda para alcanzar el ver- dadero fundamento oral que constituye su fuente y su sentido. Esta contraposición entre oralidad y escritura ha constituido el punto de apoyo de dos interpretaciones opuestas. La primera, que arranca de Schleiermacher, acepta la superioridad que Platón atribu- ye a la oralidad sobre la escritura, pero rechaza por completo la exis- tencia de doctrinas platónicas no escritas. Según Wieland 40 , uno de los grandes exponentes de esta posición, la crítica platónica de la escritura ha de entenderse como un rechazo de la tradición griega escrita, pero no alcanza a su propia obra, que inaugura una nueva forma de escritura: la escritura filosófica, en la que se traduce con toda fidelidad la oralidad dialéctica de Sócrates, que es la que Platón, en este mito, considera de una inalcanzable superioridad en relación con el saber exterior que pretenden enseñar los discursos escritos por los sofistas, rivales directos de Platón como escritor y de Sócrates, que muestra la inferioridad de la educación de Protágoras y Gorgias, al negarse a escribir un libro. Ciertamente las duras expresiones platónicas contra la enseñan- za inerte, la monotonía y la falta de seriedad de la escritura son ras- gos negativos que tienen aplicación directa a los escritos retóricos y sofísticos, pero la escritura platónica, precisamente por ser creación del primer autor que es consciente de estos peligros de la nueva tec- nología reviste caracteres muy distintos. Lo que supone, por tanto, el rechazo de la tesis de Havelock, según la cual Platón no fue cons- ciente de las consecuencias del cambio tecnológico de la comunica- ción de su tiempo. Tal vez por este motivo, Havelock silencia este 418 PABLO GARCIA CASTILLO 40 W IELAND , W., Platon und die Formen des Wissens (Göttingen 1982).
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