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Y en el mito final del Fedro 39 se halla el más decisivo texto sobre la exterioridad de la escritura frente a la riqueza interior del saber vivo de la oralidad socrática, esa música callada, esa soledad sonora que se encierra tras el silencio de la escritura exterior del diá- logo. Sócrates, en el lenguaje de la nueva poesía platónica, cuenta cómo el dios egipcio Theuth ofreció al rey Thamus el arte de la escritura, junto con otras invenciones, elogiándola como un fárma- co de la memoria y de la sabiduría. Pero el rey Thamus la vio de forma contraria, pues la escritura produce olvido y ayuda a recordar desde fuera y no desde dentro. Los escritos, incluso los mejores, no son otra cosa que recordatorios de aquello que ya se sabe por otra vía, pero ellos no enseñan nada. Los escritos, objeta el rey egipcio, no producen sabiduría, sino apariencia de saber, pues muchos cre- erán saber lo que dicen, aunque no lo entenderán, pues es saber de otros. La escritura es como la pintura, cuyas figuras permanecen silenciosas, aunque se les pregunte, pues no está su padre para con- testar por ellas. Los escritos dicen siempre lo mismo, tanto a los ignorantes, como a los entendidos, sin poder defenderse por sí solos. Por el contrario, el discurso oral, del que el escrito no es más que una imitación, que se escribe con arte en el alma del que apren- de, es un discurso vivo y animado, que sabe defenderse y sabe con quién hablar y cuándo callarse. La escritura, por bella que sea, es como un juego, que carece de la seriedad que el escritor reserva para otras cosas. Es como «los jardines de Adonis», en los que se siembran en recipientes artificia- les semillas que nacen en pocos días, sin dar fruto alguno, mientras que el discurso oral es como el duro y largo trabajo del agricultor, que se siembra en el corazón del oyente, en el tiempo y en el lugar justo, después de un largo esfuerzo. El verdadero esfuerzo y la máxima seriedad se realizan cuando se plantan en el alma adecuada, mediante la dialéctica, palabras con PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 417 cada a practicar la música. Así que, concluye el mito, hay muchas razones para dia- logar al mediodía, cuando el calor de Atenas se hace insoportable, porque es preci- so seguir entonando la música del diálogo y de la escritura interior que mantiene la armonía de los amigos en un escenario hermoso. 39 P LATÓN , Fedro , 274 b-278 e.

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