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vergüenza y retórica vacía, pronuncian sendos discursos en los que se considera el amor como una locura, una insensatez, un deseo irracional que perturba el alma y procura la infelicidad a quien cede a la pasión amorosa. Pero Sócrates, es decir, Platón, siente que no hay verdad en ese relato, como Estesícoro dijo al iniciar su palino- dia respecto a Helena 37 . No es cierto ese decir, repite Sócrates, arre- pentido, como Platón de sus discursos anteriores sobre éros . El amor no es una locura humana, sino una locura divina, como la poesía. Y eleva a ésta, a la nueva poesía filosófica que inventa en el Fedro , al rango de la más sublime y divina música y filosofía. El amor es una parte esencial del alma, un caballo sin el cual no puede conducirse con rectitud el carro interior. Sin amor no hay felicidad, ni belleza, ni bien, ni verdad, porque hasta el filósofo, si lo es, es porque es amante, amante de la interioridad que encierran las imágenes, los mitos, la expresión exterior de la filosofía que es el diálogo. La filo- sofía es poesía y música interior, la más alta, como recuerda Sócrates, en el último día de su vida 38 . 416 PABLO GARCIA CASTILLO 37 Sócrates atribuye la forma y el contenido de su segundo discurso a Estesícoro de Hímera, hijo de Eufemo. Muy esclarecedor es el análisis del nombre y la procedencia de este personaje según el comentario de NUSSBAUM, M.: La fragi- lidad del bien , op. cit. , 282, nota 23. 38 P LATÓN , Fedón , 60 e-61 a. En este pasaje único, Sócrates cuenta el sueño que, en su vida pasada, muchas veces y, con distintas apariencias, se le mostraba y le incitaba con estas palabras: «¡Sócrates, haz música y aplícate a ello! Y yo, en mi vida pasada, creía que el sueño me exhortaba y animaba a lo que precisamente yo hacía, como los que animan a los corredores, y a mí también el sueño me animaba a eso que yo practicaba, hacer música, en la convicción de que la filosofía era la más alta música». Una música callada, que sólo se percibe en el libro del alma. Indudablemente a este texto hay que añadir el famoso mito de las ciga- rras, que constituye el interludio entre las dos partes del Fedro (257 b-259 d). Según el mito platónico, las cigarras fueron hombres que existieron antes de inventarse el canto, la poesía y la música, pero cuando oyeron por primera vez el canto de las Musas, quedaron embelesados, se olvidaron de comer y de beber y se murieron y los dioses los transformaron en cigarras para que pasaran la vida cantando sin nece- sidad de comer y beber y para que, tras la muerte de los hombres, fueran a contar- le a las Musas quiénes habían pasado la vida cultivando la música, en especial los bellos discursos y la filosofía, que es la más alta música. No hay texto más expresivo sobre el sentido poético y musical de la filo- sofía. Las cigarras son símbolos del contemplar, cantar y dialogar de los filósofos, al mediodía, a la hora de la máxima lucidez. La vida improductiva y dedicada al canto representa la palabra armoniosa y medicinal de la filosofía socrática, una vida dedi-
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