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logo en que Sócrates, por su amor a las letras, sale de Atenas y acep- ta compartir una jornada campestre junto a Fedro en un lugar ameno, descrito con toda la inspiración poética de Platón. Y, final- mente, también en sus discursos sobre el amor, especialmente en el segundo discurso de Sócrates, alcanza Platón la cima de la poesía. El río del lenguaje platónico se desborda en la descripción de este amor alado, que incita al hombre a elevarse hasta contemplar el esplendor de la belleza en la llanura de la verdad. El diálogo se inicia con una escena única: Sócrates abandona Atenas, sale a un escenario natural de extraordinaria belleza y sen- sualidad 35 . Es extraño. Es paradójico. Es símbolo de esa dialéctica de contrarios. Sócrates, máscara de Platón, abandona la República , sale de la Academia, deja la crítica de los mitos y de la educación pro- puesta en la última página que ha escrito, que es la última de la República , en la que ha expulsado a los poetas, y comienza el Fedro contando un mito, tan escandaloso como los de Homero, pero que ahora, embriagado por el perfume del ambiente y bajo la sombra del plátano, al calor sofocante del mediodía, es un mito que a Sócrates le parece espléndido. El dios Bóreas, según se dice, raptó a una don- cella en aquel mismo paraje en el que recitarán sus discursos sobre éros Fedro y Sócrates. Ahora los poetas que hablan de amor le sue- nan a Platón a música celestial. Por boca de Sócrates, afirma que «todas estas cosas tienen su gracia» 36 Y no sólo eso, sino que Platón mismo, a través de la palinodia de Sócrates, se retracta de su con- cepción del amor del Banquete y de su ideal de la vida y del alma humana de la República . Fedro y Sócrates, con visibles muestras de PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 415 35 Este escenario natural ha sido diversamente interpretado. Algunos comen- taristas afirman que es una descripción de los jardines de la Academia platónica. Otros prefieren ver en esta luminosa pintura de la naturaleza la primera idealización literaria del « locus amoenus », que será el escenario idílico de tantas obras clásicas. Sea como fuere, hay algo evidente: es el único pasaje de las obras platónicas en el que se presenta la naturaleza con este ropaje artístico que la hace bella y atractiva para los personajes que dialogan y para los lectores del texto. Algo nuevo se vis- lumbra en la visión platónica del libro de la naturaleza, probablemente una visión amorosa, que hace bello lo contemplado, según el dicho de Safo, que Platón comen- tará en las espléndidas páginas que siguen a esta descripción idílica: bello es lo que uno ama. Véase: P LATÓN , Lisis , 211 e, donde Sócrates confiesa su pasión por la amis- tad, recordando los versos de Safo (fr. 16). 36 P LATÓN , Fedro , 229 d.

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