NG200403002
la prudencia que nos cura de los males que acarrean los deseos y apetitos de un alma sin armonía. Hay que aprender a filosofar, a cul- tivar la inteligencia y la vida reflexiva desde el interior de uno mismo, porque la vida buena es una navegación que nadie puede emprender por nosotros. Y Platón, bajo la máscara dramática de Sócrates, que sólo es la figura exterior de su mensaje, presenta el nuevo libro del alma como esa página sin escribir en la que hemos de trazar el discurso, el discurrir siempre difícil del río en el que transcurre nuestra existencia. Los recursos de los que se sirve Platón para conducir al lector, desde la superficie pulida del espejo de la página hasta la profunda corriente del sentido dialéctico de su diálogo con el texto, son numerosos. Muchos de ellos los relata el ebrio Alcibíades, de cuya boca se escapa la verdad de Sócrates, oculta tras la apariencia. Sócrates es como las estatuas de los silenos, feas por fuera, pero encierran en su interior preciosas imágenes de los dioses. La verda- dera belleza de Sócrates es su sabiduría, su interior reconocimiento de no saber y de comprometer su vida en la búsqueda del saber que conduce a la buena deliberación. Su ironía produce aporía, insegu- ridad y perplejidad en el interior del interlocutor, pero es otra nueva paradoja entre lo exterior y lo interior, porque su ignorancia está más próxima a la verdad que la sabiduría de los que se consideran profesionales de su enseñanza como los sofistas. El comportamien- to socrático es también desconcertante: parece siempre absorto, ale- jado de las preocupaciones humanas, pero es un soldado valiente, que salvó al propio Alcibíades en una difícil batalla. Parecía ignorar la belleza del joven y atractivo Alcibíades, pero buscaba su perfec- ción moral, su belleza interior. Su retórica es ridícula, no sabe pro- nunciar bellos discursos, pero sus entrecortadas palabras son caminos hacia la verdad siempre bella y oculta, pues lo bello siem- pre es difícil. Hay, por tanto, algo de juego en la forma externa de las pre- guntas socráticas, mucho de máscara y disimulo en su ironía, pero hay también una profunda seriedad en su finalidad, que no es sino la búsqueda de la vida buena, de la salud del alma. Así puede verse también en la escena final del Banquete , en la que Sócrates, tras convencer a Aristófanes, la comedia, y a Agatón, la tragedia, de que el filósofo es el único capaz de escribir a un tiempo comedia y tra- PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 413
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