NG200403002

que he reconocido... Tal es, pues, lo que yo y otros muchos hemos experimentado por las melodías de flauta de este sátiro» 32 . Y lo refir- ma aún más dirigiéndose a Sócrates: «¿Que no eres flautista? Por supuesto, y mucho más extraordi- nario que Marsias. Este, en efecto, encantaba a los hombres median- te instrumentos con el poder de su boca... Mas tú te diferencias de él sólo en que sin instrumentos, con tus meras palabras haces lo mismo... Cuando le escucho, mi corazón palpita mucho más que el de los poseídos por la música de los coribantes» 33 . Pero esto no sólo es de aplicación al diálogo socrático, sino a todos los diálogos platónicos que, en su forma externa, fascinan y estimulan al lector, pero le llevan a buscar en su propia interioridad la verdad de lo dicho. Y especialmente tienen este poder fascinador los relatos poéticos que envuelven los mitos platónicos: imágenes poéticas y seductoras, como las de la vieja poesía, pero que apun- tan a un sentido profundo que sólo puede escribir en el libro del alma el que inicia esa segunda navegación interior que ninguna escritura exterior encierra. Algo semejante simboliza la reiterada ignorancia socrática, que tanto molesta a Alcibíades. Sócrates se confiesa ignorante en las ciencias de la naturaleza, aunque leyó en su juventud a Anaxágoras y su admiración fue tan grande como su decepción, abandonó la lectura del libro exterior de la naturaleza para emprender la segun- da navegación y bucear en la profundidad del alma, de la que fue el descubridor entre los griegos 34 . El libro de la naturaleza, con su magnífica apariencia ordenada y bella, ya que se muestra como un cosmos, no pudo enseñarle a Sócrates el arte de pensar y de inves- tigar la ciencia del Bien, el saber ético, que no es un saber científi- co ni técnico, sino un saber que sólo puede aprenderse, como la natación, buceando en las profundas aguas del río del pensar críti- co. También las tragedias pretenden enseñar a los atenienses a deli- berar bien y a ser prudentes, para no sufrir el infortunio de Edipo, pero ni la más bella poesía, ni el más cautivador mito trágico pue- den enseñar desde fuera cómo acertar con la recta deliberación, con 412 PABLO GARCIA CASTILLO 32 P LATÓN , Banquete , 216 b. 33 P LATÓN , Banquete , 215 b. 34 P LATÓN , Fedón , 99 c -100 a.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz