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ridad del saber aprendido por otro. Justamente la educación sofísti- ca divulgó en Atenas, junto a la oralidad pública, la cultura de la escritura, tras la aparición del primer libro filosófico que fue distri- buido en la ciudad, el de Anaxágoras. La sabiduría sofística, de per- fecta belleza exterior, llena de efectos persuasivos y cautivadores por las figuras de dicción y de significado que adornan las partes del dis- curso, no es más que un saber mimético, como el de los antiguos poetas, de los que los sofistas se sienten herederos, como reconoce el propio Protágoras a la pregunta de Sócrates sobre la naturaleza de su oficio: «Yo afirmo —contesta Protágoras— que el arte de la sofís- tica es antiguo, si bien los que lo manejaban entre los varones de antaño, temerosos de los rencores que suscita, se fabricaron un dis- fraz, y lo ocultaron, los unos con la poesía, como Homero, Hesíodo y Simónides, y otros, en cambio, con ritos religiosos y oráculos, como Orfeo y Museo... Todos ellos, como digo, temerosos de la envidia, usaron de tales oficios como velos... Yo, sin embargo, he seguido el camino totalmente opuesto a éstos y reconozco que soy un sofista y que educo a los hombres» 31 . La retórica hermosa y estética de los sofistas se parece a la música de la flauta de Marsias, una música que impide el diálogo tranquilo del simposio, por su fuerte sonido. Así es el aspecto exte- rior del diálogo socrático, según reconoce Alcibíades, un arte más encantador que la música de Marsias, que deja aturdido al interlo- cutor, pero que le hace conmoverse en su interior y le lleva a bus- car en sí mismo. Exteriormente las palabras de Sócrates producen aturdimiento, como los discursos de los sofistas, pero en su interior esconden ese impulso personal que, como un amante, lleva a bus- car el conocimiento. Alcibíades reconoce este efecto paradójico entre la apariencia exterior y la conmoción interior del interlocutor de Sócrates: «Sólo ante él —dice— de entre todos los hombres he sentido lo que no se creería que hay en mí: el avergonzarme ante alguien. Yo me avergüenzo únicamente ante él, pues sé perfecta- mente que, si bien no puedo negarle que no se debe hacer lo que ordena, sin embargo, cuando me aparto de su lado, me dejo vencer por el honor que me dispensa la multitud. Por consiguiente, me escapo de él y huyo, y cada vez que le veo me avergüenzo de lo PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 411 31 P LATÓN , Protágoras , 316 d-317 b.

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