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interior. No aprendemos de la escritura exterior de los libros ni de la oralidad mimética que fija imborrablemente el texto dogmático de una verdad inmutable, sino que aprendemos cuando emprendemos la segunda navegación y nos volvemos hacia ese río del lenguaje interior que es el cauce de la pregunta socrática. En consecuencia, sólo en ese lenguaje fluido, en esa corriente incesante de la escritura interior podemos aprenderlo todo, ya que él nos convierte en buscadores de la verdad del ser, que existe sin duda, pero que sólo vamos atisbando en la dialéctica incesante del río del lenguaje. En ese simbólico libro interior donde aprendemos y recordamos se halla el lugar de la reminiscencia y, a partir de ella, el impulso de una nueva búsqueda, porque su escritura y sus sím- bolos vivos son el cauce de sentido de toda conversación y de todo diálogo que busque el saber. Hay, en consecuencia, una primera metáfora del libro de la poesía y del mito, que constituye la base de la educación griega hasta la época de Platón y que éste pretende sustituir por una bús- queda interior, una oralidad viva, como la dialéctica socrática, que conduce al interlocutor a aprender por sí mismo, grabando en su mente, en su libro interior, el saber que ha de guiar su vida, la carta de la segunda navegación que ha de emprender su alma para no quedarse anclada en la sabiduría paralizante de la mímesis poética de Homero y los poetas trágicos. EL LIBRO DE LA ESCRITURA EXTERIOR Hay dos textos fundamentales en los que Platón establece una clara contraposición entre la escritura exterior y silenciosa y la ora- lidad fluyente y armoniosa de la interioridad. El primero se halla en el discurso de Alcibíades, en el final del Banquete . El segundo dis- curre por todas las páginas del Fedro , pero podemos reducirlo al mito final del nacimiento de la escritura y de sus consecuencias para la memoria y el aprender. Sin embargo, antes de comentar estos pasajes, hemos de desta- car el hecho de que Platón no sólo invierte el contenido educativo de la poesía, sino que rompe también con su forma de expresión. Él escribe siempre en prosa y además en forma de diálogo. Por ello, PLATÓN: LA ESCRITURA EN EL LIBRO DEL ALMA 405
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