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claramente influido por la cultura griega, una diferencia entre ambos términos. La palabra kardía la utiliza de preferencia para subrayar las dimensiones volitivas y afectivas, en tanto que noûs la reserva para destacar todo lo relacionado con la esfera del conocimiento. Entre una y otra hay, pues, la misma diferencia que entre querer y saber. El saber es por definición consciente, en tanto que hay que- reres que no lo son, como las tendencias. De ahí que entre kardía y noûs exista también la misma diferencia que entre lo oculto e inconsciente y lo manifiesto y consciente. De lo cual resulta que en el alma humana habría como mínimo dos estratos, uno racional o noético y otro irracional, cardíaco o patético. Esta fue, exactamente, la concepción griega. El elemento racional no está en el corazón sino en la cabeza, verdadera sede del alma consciente o racional. Lo que reside en el corazón es otra cosa, el alma irracional o pulsional; él es, por tanto, la sede de las pasiones, del mismo modo que el cerebro es la sede de los pensamientos. Los animales también tienen impulsos, y por tanto comparten con el hombre el alma irracional que asienta en el corazón. Lo que no tienen los animales es noûs , razón por la cual puede decirse que lo propio y específico del hom- bre es la inteligencia, que tiene su sede en el cerebro. Tal es la esen- cia del cerebrocentrismo griego. Las primeras formulaciones de esta mentalidad se encuentan ya en los pensadores presocráticos. Fue uno de ellos, Alcmeón de Crotona, el primero que situó en el cerebro las funciones superiores del hombre. Aunque no conservamos ningún escrito suyo, por el testimonio de Aecio sabemos que para Alcmeón «lo que gobierna está en el cerebro» (Aecio, IV 17, 1; D.-K. 24 A 8). Otro autor, Calcidio, refiere que para Alcmeón «en la sede del cerebro está situa- do el poder supremo y principal del alma» (Calc Timeo 279; D.-K. 24 A 10). Esto le llevó a admitir que el cerebro era lo primero en for- marse en el útero materno, ya que su prioridad no sólo debía ser cualitativa sino también temporal (cf. Aecio V 17, 3; D.-K. 24 A 13). En esto le siguió Anaxágoras, quien afirmó, según nos cuenta Censorino, que «lo primero en formarse del embrión es el cerebro, donde se originan todas las sensaciones» (D.-K. 59 A 108). De aquí deduce Alcmeón una última propiedad, y es que la sustancia gene- radora, el esperma, ha de proceder del propio cerebro (Aecio V 3, 3; D.-K. 24 A 13). 350 DIEGO GRACIA

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