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mante en la tabla de su corazón» (Jer 17, 1). Esta característica o pro- piedad del corazón es particularmente importante en una cultura como la israelita, volcada sobre las tradiciones de su pueblo, es decir, sobre su propia historia. Cabe decir, por ello, que las tradicio- nes se guardan en el corazón. Así se entiende que el evangelista Lucas afirmara que María, la madre de Jesús, «conservaba cuidado- samente todas las cosas (de Jesús) en su corazón» (Lc 2, 19, 51). El corazón es, además, la sede de la vida afectiva. Se ama con el corazón. Él es, por ello, la sede de los sentimientos, como el valor (2Par 17, 6; 2Sam 7, 27), la alegría (Dt 28, 47; Jue 19, 9; Zac 10, 7; Job 29, 13; Sal 45, 2), la pena y el dolor (Jer 4, 19; Is 65, 14), la sober- bia (Jer 49, 16; 48, 29), la inclinación (2Sam 15, 13; Esd 6, 22; Mal 3, 24), la solicitud o cuidado (1Sam 9, 20; 25, 25), la irritación (Dt 19, 6; Prov 23, 17), la serenidad (Prov 14, 30), la concupiscencia (Sal 21, 3; Job 31, 7), etc. El «hombre de corazón» (cf. Job 34, 10; 37, 24; 1Re 5, 9) es el discreto e inteligente, a diferencia del necio (Prov 6, 32; Num 16, 28). La sabiduría asienta en el corazón: «Hay que contar nuestros días, y que esto nos enseñe a conseguir un corazón sabio» (Sal 90, 12). En el corazón asienta lo interno y profundo, a diferencia de lo externo y superficial. «El hombre mira lo que está a los ojos, mien- tras que Yahvéh se fija en el corazón» (1Sam 16, 7). Los ojos están para ver, los oídos para oír, y «el corazón para entender» (Deut 29, 3). Este entendimiento es teórico, pero sobre todo práctico. Por eso tiene más que ver con lo que los filósofos griegos denominaron «prudencia» ( phrónesis ), que con la «ciencia» ( epistéme ) propiamente dicha. «El corazón del sabio hace prudente su boca» (Prov 16, 23). Es interesante constatar cómo el corazón está más relacionado con el sentido auditivo que con la vista. Lo que Salomón pide a Yahvéh para alcanzar la sabiduría no es una larga vida, ni abundantes rique- zas, sino «un corazón capaz de oír» (1Re 3, 9-12). La sabiduría pro- cede del oído y asienta en el corazón. Son muy frecuentes los textos en que se vincula el corazón al oído: Dt 29, 3; Is 6, 10; 32, 3s; Jer 11, 8; Ez 3, 10: 40, 5; 44, 5; Prov 2, 2; 22, 17; 23, 12. Una sentencia del libro de los Proverbios dice así: «El corazón del inteligente con- sigue conocimiento, el oído del sabio lo busca» (Prov 18, 15). Esto es lo que le permitirá decir a San Pablo, siglos después, que «la fe viene por el oído» (Rom 10, 17). 348 DIEGO GRACIA

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