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experiencia patológicoterapéutica. El punto más significativo de esta parte es, sin duda alguna, el semiológico, área en el que los médi- cos griegos y medievales fueron auténticos virtuosos. Su semiología se fundó básicamente en la palpación del tórax y el pulso del enfer- mo, pero abarcó en alguna medida también la percusión y la aus- cultación inmediata. El procedimiento diagnóstico por antonomasia fue, sin duda, la palpación. En primer lugar, la palpación del latido cardiaco, tanto a través de la pared torácica como por el examen del pulso arterial. Como es bien sabido, el análisis del pulso fue uno de los procedi- mientos semiológicos más importantes de la medicina antigua, sólo comparable en virtuosismo al análisis de la orina. Plinio denomina al pulso «indicativo de casi todas las enfermedades» ( index fere mor- borum ) (Plinio XXIX 6). Si el corazón es un microcosmos que sinte- tiza todo el cuerpo, es lógico que se intentaran generalizar los datos de la semiología del corazón, hasta dotarlos de un sentido absoluta- mente general. Así, Avicena dice que el pulso es un elemento fun- damental del diagnóstico médico, porque por él podemos conocer el estado de ritmo y armonía del cuerpo. El pulso es por ello el pro- cedimiento semiológico y diagnóstico más importante del médico antiguo: él expresa mejor que ningún otro la armonía interior del cuerpo, su música, y por tanto su estado de salud y enfermedad. He aquí el modo como Galeno enfoca el tema de la semiología del pulso: «Como la arteria es de cuerpo hueco, largo y redondo, y ella se mueve con doble movimiento, compuesto de dos partes con- trarias, pues o se contrae sobre sí misma en todas las direcciones o se distiende en todas direcciones; llamándose pulso ese doble movi- miento; en cada uno de esos momentos hay necesariamente un reposo; el uno después de la distensión antes de la contracción, y el otro después de la contracción antes de la distensión. El tacto de los expertos conoce esos dos reposos, y la razón en no menor grado los demuestra, pues la arteria no puede iniciar el movimiento contrario antes de haberse aquietado el anterior. Pero ese aquietamiento es detención y reposo; así el reposo está entre los movimientos. Existe pues la necesidad de que haya un cierto tiempo propio para cada uno de los dos movimientos, y un tiempo también propio de cada uno de los reposos. Y puesto que, como todos los demás cuerpos, la arteria tiene tres dimensiones: el largo, el ancho y la profundidad, 378 DIEGO GRACIA
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