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La sabiduría tiene su asiento en el corazón ( leb ). En los libros del antiguo testamento este término hebreo y sus derivados se utili- za 858 veces, lo que hace de él el vocablo antropológico más fre- cuente. En el nuevo testamento, por su parte, la palabra griega equivalente, kardía , aparece un total de 162 veces. También resulta interesante constatar que la antigua anatomía israelita desconoce el cerebro, los nervios y los pulmones, motivo por el cual las funcio- nes intelectuales o racionales que en las culturas cerebrocéntricas se sitúan en la cabeza, los hebreos se las atribuyeron al corazón. En contra de lo que pudiera parecer, el corazón no es tanto un órgano anatómico cuanto el interior del hombre; o dicho de otro modo, no se considera tanto en su dimensión física cuanto en la moral. Hay a este respecto un texto del primer libro de Samuel altamente signifi- cativo. En él se relata la muerte de Nabal (término que en hebreo significa necio o insensato). El relato nos cuenta que su esposa, Abigail, «era muy prudente y hermosa, pero el hombre era duro y de malos hechos» (1Sam 25, 3). Esto le enemistó con David, quien sólo por consideración a Abigail renunció a la venganza. Cuando Abigail volvió a su casa tras obsequiar a David, aplacando sus iras, encon- tró a Nabal «celebrando un banquete regio; estaba alegre su corazón y completamente borracho. No le dijo una palabra, ni grande ni pequeña, hasta el lucir del día. Pero a la mañana, cuando se le pasó el vino a Nabal, le contó su mujer lo sucedido; el corazón se le murió en el pecho y se quedó como una piedra. Al cabo de unos diez días hirió Yahvéh a Nabal y murió» (1Sam 25, 36-38). De una parte está, pues, la muerte del corazón, y de otra la muerte del cuer- po. Esto parece querer decir que la muerte del corazón no coincide con la ausencia de latido cardiaco, sino con la pérdida de la capaci- dad de relación. El corazón de que hablan los textos veterotesta- mentarios no es primariamente un órgano anatómico. El corazón es el lugar de lo permanente e imborrable, a dife- rencia de lo pasajero y efímero. Por eso en él asienta la «memoria». Este es un tema que se repite continuamente. «Las palabras que hoy te ordeno deben estar sobre tu corazón», dice el libro del Deuteronomio (6, 6). Y los Proverbios aconsejan recordar siempre las palabras sabias: «¡Átalas a los dedos! ¡Escríbelas en la tabla de tu corazón!» (Prov 7, 3). Jeremías, por su parte, dice que el pecado de Judá está «escrito con punzón de hierro, grabado con punta de dia- LAS RAZONES DEL CORAZÓN 347

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