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nencia a esta última. No puede extrañar, por ello, que escribiera tam- bién un tratadito conocido en la tradición latina con los nombre de De viribus cordis y De medicamentis cordialibus . Consta de dos par- tes bien diferenciadas, la segunda de las cuales describe fármacos de acción cardiaca, dando cuenta de sus características, propiedades y usos, así como del modo como deben combinarse para alcanzar la complexión más saludable. La primera, por el contrario, estudia el corazón como sede del alma (árabe: nafs ) y del espíritu (árabe: ruh ), e intenta establecer las diferencias entre ambos. Su comienzo dice así: «Dios creó el lado izquierdo del corazón, haciéndole hueco para que sirviera tanto de almacén del espíritu como de lugar de su ela- boración. También creó el espíritu para capacitar a las facultades del alma a ser enviadas a los correspondientes miembros. Por lo prime- ro, el espíritu es el punto de unión de las facultades del alma, y por lo segundo es una emanación hacia el interior de los varios miem- bros del cuerpo» ( De viribus cordis Tr. I, c. 1). Como vemos, Avicena entiende de nuevo los espíritus como vapores que caminan por con- ductos huecos, y considera que la oquedad del corazón izquierdo ha sido creada precisamente para ser su reservorio. Y continúa: «Dios produjo el espíritu a partir de las partículas más finas de los humores y a partir del fuego; al mismo tiempo produjo los propios miembros del cuerpo a partir de las partículas más gruesas de esos mismos humores. En otras palabras, el espíritu guarda relación con las partículas finas del mismo modo que el cuerpo guarda relación con las partículas gruesas del mismo humor. De igual forma que los humores se mezclan y producen complexiones determinadas que permiten a los miembros del cuerpo tener su propia apariencia físi- ca, imposible de conseguir si los humores estuvieran separados; así también las porciones más sutiles de los humores, mezclándose en una complexión específica, capacitan al espíritu para recibir las potencias del alma, lo que resultaría imposible si los humores se separaran» ( De viribus cordis Tr. I, c. 1). El espíritu, en fin, es el resultado de la mezcla de las partes más sutiles y finas de los humores. Avicena afirma que «el origen del espíritu es una emanación divina que pasa de potencial a actual sin interrupción hasta que queda constituido de modo completo y per- fecto. Cada miembro, aunque derivado de la misma sustancia de los humores, tiene, sin embargo, su complexión particular; las cantida- LAS RAZONES DEL CORAZÓN 367
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