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es tan cálido que necesita un órgano refrigerante, y éste es el cere- bro. Por eso la sede de esas virtudes no está en el corazón sino en el cerebro. En consecuencia, el corazón es la raíz y el cerebro la sede de las facultades animales y espirituales. No hay duda de que la teoría aristotélica es toda una coheren- te y elaborada alternativa al cerebrocentrismo platónico. Esto per- mite entender que tuviera un cierto número de adeptos, aunque desde luego no tantos como su rival. La doctrina aristotélica la siguieron el médico y filósofo Diocles de Caristo y las escuelas estoi- ca y epicúrea. Hay un texto de Plutarco que dice así: «Enseñan los estoicos que las virtudes y las maldades, y encima de eso las artes y los recuerdos todos, las imágenes y las pasiones con las tendencias y los sentimientos —todo lo cual hacen corpóreo—, no están en nin- guna parte, no tienen lugar alguno; y sólo asignan un orificio como un punto en el corazón, donde concentran la facultad rectora del alma» ( Comm. not . c. 45). La sede del alma es el corazón, donde reci- ben su actividad todos los órganos del cuerpo, también los nervio- sos, como los sentidos, que son «como ramas que arrancan de aquella parte principal como del tronco, juzgando el alma como un rey de las cosas que le anuncian los sentidos por sus sensaciones» (Calcidio, In Timaeum c. 217). El corazón está en el centro del orga- nismo y es a modo de un trono donde se sienta el rey, alrededor del que giran todas las cosas. Es la metáfora más típica del cardiocen- trismo, que se halla repetida por casi todos los autores de esta corriente. Su origen está en el propio Aristóteles, que aduce ya como prueba del carácter principal del corazón su localización central den- tro del organismo ( De somno et vig . 456a 4-8). La metáfora se encuentra también en Averroes ( Colliget II, 9). Alberto Magno escri- be: Cor est prima pars et radix in animali, et ideo in medio corporis situatur sicut rex in regno. ( Quaestiones de animalibus I, 22c). La expresión última de esta metáfora se encuentra, como luego vere- mos, en la dedicatoria del De motu cordis escrito por William Havery. Los médicos optaron por terciar en la polémica elaborando su propia teoría. Frente a la trilogía platónica: concupiscible-irascible- racional, y también frente a la aristotélica: vegetativo-sensitivo-inte- lectivo, propusieron esta otra, que a su entender daba mejor cuenta de los hechos médicos: natural-vital-animal. De este modo, en la tra- LAS RAZONES DEL CORAZÓN 359
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