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ca, como ya quedó dicho. Esta tradición continuó, aunque sin duda minoritariamente, en épocas posteriores. Dentro del pensamiento presocrático, Empédocles de Agrigento defendió, según nos cuenta Censorino, «que el corazón se desarrolla antes que todo otro órga- no, porque contiene en grado máximo la vida del hombre» (D.-K. 31 A 84). La antítesis con Alcmeón y Anaxágoras no puede ser más evi- dente. Según Empédocles, la sede de la inteligencia estaría en la san- gre. Porfirio nos ha conservado unos versos de Empédocles, según los cuales: Nutrido [el corazón] en los mares de la sangre latiente, es allí donde principalmente está lo que los hombres llaman inteligencia: pues la sangre que rodea el corazón es para los hombres la inte- ligencia. (D.-K. 31 B 105). Aecio, por su parte, confirma esta tradición, al decirnos que para Empédocles la parte racional del alma se encuentra «en la cons- titución de la sangre» (D.-K. 31 A 97). Empédocles era de Agrigento, una ciudad de Sicilia, y pasa por haber sido el fundador de una de las escuelas hipocráticas. El grupo hipocrático fundamental fue, sin duda, el de Cos, lugar de naci- miento de Hipócrates. Los textos hipocráticos de origen coico son todos claramente cerebrocéntricos. Pero junto o frente a ella existió otra escuela, la de Cnido. Y como una rama suya se considera la escuela siciliana, la única que siguió defendiendo, quizá por influen- cia directa de Empédocles y de otro prominente miembro de la escuela siciliana, Filistión de Locros, las tesis cardiocéntricas. Allí se compuso un pequeño tratadito hipocrático titulado Perì kardíes , sobre el corazón. Se trata de un texto básicamente anatómico, que describe la estructura del corazón con un rigor muy estimable. Su comienzo dice así: «En condiciones normales, el corazón es como una pirámide, de color rojo oscuro, y está rodeado de una cubierta lisa, en la que hay una pequeña cantidad de líquido similar a la orina, razón por la que uno piensa que el corazón se halla situado en una vejiga; y esto ha sido hecho así a fin de que el corazón pueda batir fuertemente en su puesto de guardia, y la cubierta contiene suficiente líquido para aliviarle cuando se calienta en exceso» ( De corde 1). 356 DIEGO GRACIA
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