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— Y — en su lugar. Advirtiólo el Padre, y no desistió de su empeño hasta que volvió á recoger el suyo. Lo mismo aconteció en cierta casa donde se hospedaba, pero observando la señora que hizo el cambio el disgusto que manifestaba el Padre en ello, escrupulizó, y se lo yo]- vió á dar, pidiéndole perdón de lo que había hecho. La continua- ción de los estudios y tareas le hacía padecer fuertes destilaciones, y por consejo de los Médicos se rindió al uso del tabaco de polvo pa- ra templarlas, ¿Pero cuál era su caja? una de simple madera de Ori- huela. ¿Cuál la porción que admitía? Escasamente la que cabía en ella, resultando que muchas veces, en especial en los largos caminos, careciese de este alivio, si los compañeros no andaban cuidadosos en proveerlo.” ”Los adornos ó muebles de su celda eran del mismo jaez que los de su persona, puede decirse que no tuvo celda: solo el tiempo que vivió en Ubrique y en Málaga le fué señalada, pues en los de- más Conventos, la que los hospederos le señalaban, era su albergue. Dos mantas de las más raídas y usadas de la Comunidad, y una al- mohada de paja, formaban su cama. Algunas estampas de papel, y el Orucifijo que llevaba en los caminos, eran todo su adorno; una silla pequeña, el breviario en un cuerpo, pero sin semaneros ni diurno, un tintero, un parde plumas, un sombrero de paja hecho pedazos y un tosco báculo, se reducía todo su ajuar; á que se aña- día los libros de la biblioteca común para su estudio y tareas lite- rarias. Conociendo los Tlmos. Sres. Obispos en cuyos territorios predi- caba, que era imposible hacerle admitir ninguna remuneración pe- cuniaria de sus trabajos, le proporcionaban aquellas obras de los santos Padres y autores clásicos que conocían poderle ser más úti- les; las admitía con el más humilde reconocimiento, y regularmente las ponía en su celda para su examen y lección. En el año de 1787, de resultas de sus ejercicios espirituales, entró un día en la celda, y mirando á los libros les habló así: ¿Qué hacéis aquí? nó; no es este vuestro propio sitio: cualquier seglar que os vea en él podrá sospe- char que tengo alguna propiedad sobre vosotros, y aun los Religio- sos deciros, libros de Pr. Diego. ¡Qué escándalo! fuera, fuera de es- te lugar, id al que os corresponde para que sirváis á la instrucción de todos: yo os buscaré allí cuando os necesite.” Y en el momento empezó á conducirlos á nuestra librería del Convento de Málaga,
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