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_ 39 — plenitud de la autoridad. El beato- Diego, verdadero modelo de re- ligiosos obedientes, lejos de trastornar el orden natural que implice la virtud de la obediencia, no obedecía cuando, según su concien- cia, no se debía obedecer, porque sabía muy bien que en semejan- tes casos la obediencia no es obediencia sino en el nombre, y que en realidad es una desobediencia sean cuales fueran las apariencias con que pretenda ocultarse. ”Ciega fué la obediencia de nuestro Venerable, escribe el Padre Fr. Luís Antonio de Sevilla, uno de sus compañeros y primeros biógrafos, nunca se vió que interpretase ó discurriese sobre lo que se le mandaba, aunque conociese se le habían de seguir grandes in- comodidades. Pero no fué ciega cuando conocía por otra voz supe- rior á la que sonaba en su oído que ban á seguirse consecuencias fa- tales á las conciencias de los fieles. Entonces era inflexible en su Opi- nión, y así, ni aun expresos mandatos bastaron para que ni eseri- biese ni hablase, contra ciertos abusos públicos y secretos; los con- tinuaba con igual tesón, y con grande mansedumbre respondía en estilo apostólico: ”Juzgad vosotros mismos si es Justo obedeceros á vo- sotros primero que á Dios. El entendimiento del justo meditó en la obe- diencia, es decir, en el precepto, y según que el era, lo cumplió ó no lo cumplió.” Así entendía, y no podía entenderla de otra manera, el beato Diego, la ceguedad de la obediencia. ¡Buena y hermosa lección pa- ra los falsos obedientes que desobedecen á Dios por obedecer á los hombres! que para no ofender á los hombres ofenden á Dios! que adulan y lisonjean á los hombres y niegan á Dios la obediencia que se le debe! En vano pretextan obediencia, en vano pretenden ocul- tarse bajo el velo de tan grande virtud! No se hagan ilusiones. Dios no quedará burlado: lo que sembrare el hombre, eso cosechará. La obediencia de esos obedientes no es aquella obediencia que vale más que todos los sacrificios, sino la obediencia que Jesucristo reprocha- ba á los fariseos que preferían sus tradiciones á la ley de Dios. Nó, no es la virtud de la obediencia, sino la hipocresía de la obediencia. Necesario es inculcar esta doctrina en nuestros tiempos de tanta confusión de ideas. Gracias á los errores que reinan sobre esta yir- tud indispensable para el buen orden, así eclesiástico como civil, las más enormes rebeliones, los desacatos más profundos á la autoridad de Dios, se bautizan con el bello y simpático nombre de obediencia. e
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