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a aquel caso no era prudente atenerse á las DAR del Donado, Sorprendido éste de la desobediencia, reconvino al Padre, diciéndo- le: ¿Para qué ha sido, P. Fr. Diego, haberme nombrado su Vicario, si no ha de hacer lo que le mando? Nada ha predicado V. P. de lo que le dije en el camino.” Contestó á esto el insigne y santo Misionero: Es verdad que he faltado á la obs diencia, pero el verdadero Superior mandó otra Co- sa; no me parece que he tenido culpa, pero pondré más cuidado en obedecerle.” Tan grande era el deseo que tenía de obedecer, tan ageno era su corazón á todo espíritu de mando, que siempre nombraba á uno de sus compañeros para tener á quién obedecer. Frecuentemente pa- rece que hasta abusaban de la condescendencia del beato Diego. Admiraban su virtud, y queriendo probarla y conocerla más á fon- do lo sometían á pruebas capaces de fastidiarlo, ora haciéndole an- dar, ora ordenándole que se parara, que hablara, que comiera, que bebiera y otras cosas semejantes fuera del tiempo oportuno. Quién así obedecía á los hermanos Legos y aun á los Donados ¡con qué espíritu no obedecería á los Superiores! ¡con qué celo no guardaría la Regla que prometió guardar! con qué respeto no se sometería á los decretos del Concilio de Trento, á las Constituciones pontificias y demás leyes de la Iglesia sobre la reforma de los Regulares, y es- pecialmente á las de Nicolás TIT y Clemente V relativasá la pura observancia de la Regla del inmortal Fundador de la Orden fran- ciscana! Inútil es insistir en este punto. Si, el beato Diego no era solamente devotísimo de la santa obe- diencia, sino también modelo de tan sublime y divina virtud. En la obediencia no hay confusión y desorden, sino un orden admirable instituido por la divina Providencia, ó más bien fundado en la mis- ma naturaleza de las cosas. Dios es la autoridad suprema, la in- mortal y eterna Soberanía de donde procede toda autoridad, por quien gobiernan todos los que gobiernan. Todos los que están re- vestidos de alguna autoridad son ministros y representantes de Dios más ó menos elevados, según el grado que ocupan en la gerarquía del principado. En y tud de este orden natural, los superiores inferiores están subordinados á los superiores mayores y todos juntos á Dios, que por si mismo, por la necesidad misma de su naturaleza, posee la
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