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E pues, en un grande error aquellos cristianos que miran con despre- cio y desdén las Ordenes religiosas consideradas en sí mismas, y que predican su absoluta supresión como una medida de buen go- bierno, y moralmente necesaria para el bien común y los progresos legítimos de la civilización. Sí, grande es el error de los que asi piensan. Si ellos estuvieran en lo cierto y verdadero, se habría equivocado Jesucristo cuando aconsejó como cosa practicable, útil y perfecta la observancia de los votos de obediencia, pobreza y castidad. Según queda dicho en el capítulo II, el beato Diego hizo el grande y solemne sacrificio de sí mismo con todo el fervor de una alma que aspira con entusiasmo á la perfección, profesando la Re- gla de N. P. $. Francisco y emitiendo los tres votos de obedien- cia, pobreza y castidad. Excepto el martirio no hay acto más he- róico que la profesión religiosa, principalmente tal como se hace en la Orden franciscana, y por eso no es de admirar que muchos santos Padres y Doctores consideren la profesión religiosa como un segundo bautismo, y opinen que aquellos que la hacen con las debidas disposiciones, son restituídos á la inocencia bautismal por una gracia de la generosa y benigna bondad de Dios que, en aten- ción á la grandeza del sacrificio, si se hace con los sentimientos dignos de un acto tan sublime, les condona misericordiosamente toda la pena merecida por los pecados cometidos. Podemos piadosamente creer que el beato Diego consiguió de la divina misericordia esta gracia tan grande y extraordinaria, por- que todo cuanto sabemos, ya por confesión propia del insigne reli- gioso, ya por el testimonio de sus directores y de los testigos 0Ccu- lares de su conducta, nos autoriza á creer que fué tal el fervor y la piedad con que profesó, que el Señor, cuya misericordia va siempre más allá de nuestras oraciones y de nuestros deseos, le concedería plena remisión de la pena merecida por las culpas co- metidas, Pero si bien aquel fervor se entibió algún tanto durante los primeros años que siguieron á su profesión, es cierto que volvió con entusiasmo á su primitiva piedad para no recaer otra vez en la tibieza, como se verá por lo que vamos á exponer. Principiemos por recordar un hecho que los primeros historia- dores del beato Diego han creído digno de trasmitir á la posteridad.
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