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Es una verdad innegable que el Divino Salvador indicó dos :aminos segurísimos para llegar á la eterna bienaventuranza: el de los mandamientos y el de los consejos: ”Si quieres entrar en la yi- da eterna—dijo á una persona que le preguntaba lo que tenia que guarda los mandamientos. Si quieres ser hacer para poseerla ) perfecto, vende todo lo que tienes, dalo á los pobres, vente conmi- go, y sigueme.” En realidad no son dos caminos, sino dos estados, de los cuales el uno es más perfecto que el otro, y en ambos se puede llegar á la más alta perfección, como lo*prueba la multitud de san- tos de toda edad, de todo sexo y de toda condición que veneramos en los altares, y que la Providencia se ha complacido en sembrar en el mundo y en los siglos para nuestra edificación, nuestro con- suelo y nuestra esperanza. Aunque no todos los religiosos sean santos, el estado religioso es indudablemente un estado de perfección mucho más elevado que el de los simples fieles. Jesucristo aconsejó el voto de obedien- cia, aconsejó el voto de pobreza, aconsejó el voto de absoluta y perpétua castidad. Aseguró además que el amor de estos tres vo- tos, y su observancia son una gracia especial de Dios, una voca- ción particular, una consagración más sublime á la vida cristiana. Non omnes capiunt verbum hoc, sed quibus datum está Patre meo. Si Dios ha dejado á cada cual en plena libertad de hacer ó no esos votos, después de hechos, es obligatorio cumplirlos en la misma medida y forma con que se ha obligado el vovente, sin que nadie pueda extender los votos contra la voluntad del mismo vo- vente, porque la libertad en este punto es de derecho divino: esta es la doctrina de la Iglesia, y en este sentido ha entendido siem- pre la enseñanza de Jesucristo quien siempre decía: Si quieres ser perfecto ete., etc.; y S. Pablo, consultado expresamente sobre el voto de perpétua y absoluta castidad, respondió: Acerca de esto no hay mandato alguno del Señor, no hay más que un consejo: el que emite este voto obra mejor que el que no lo hace.” Pero si el prometer es libre, el cumplir lo?prometido es obliga- torio, y el cumplimiento de estos votos no puede menos de ser una tuente de bendiciones y un principio fecundísimo de bienes espiri- tuales y temporales públicos y privados, así para la «Iglesia como para el Estado. Así como Dios no manda cosas imposibles, tampo- co aconseja cosas impracticables, inútiles, perjudiciales. Están, A eee RATA A OA

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