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— 6 — el número de asilados pudiera ser mayor. Las cárceles fueron tam- bién objeto de su celo apostólico, no solo en la parte espiritual sino también en la material, como se ve, entre otros ejemplos, por los Estatutos que redactó para la Congregación de la Misericordia ó de $. Pedro ad víncula, fundada en Málaga en favor de los presos, ¿Y por qué los encarcelados no habrían sido objeto de su amor? ¿No fué preso Jesucristo, no fueron presos los Apóstoles, no lo fue- ron otros muchos santos? Verdad es que por lo común, en los tiem- pos ordinarios, los encarcelados lo son por su culpa, pero también lo es que suele haber inocentes, porque la justicia, administrada por los hombres, no es infalible en sus disposiciones. En todo caso, la caridad cristiana se extiende á los encarcelados como á todos los demás necesitados, y procura hacerles todo el bien posible así en orden al alma, como en orden al cuerpo. Culpables ó inocentes grandes son sus necesidades, y la caridad cristiana no puede ser in- diferente á su suerte. La visita de los enfermos tenía para él un atractivo particular y su visita era siempre una visita de misericordia. Su duleo palabra los consolaba y animaba. Con frecuencia se mitigaban sus dolores, la fiebre perdía su vigor: no pocas veces curaban de sus dolencias, y siempre recibían alguna gracia espiritual. Lo que él sentía era no poderlos visitar á todos y hacerles todo el bien que deseaba. De aquí procedía el afán con que los enfermos procuraban recibir una visi- ta del beato Diego, quien viéndose tan solicitado, solía decir: "¿Pa- ra qué se molestan en buscarme? Dios no me ha concedido la gracia de sus curaciones, si por su misericordia me la diese, yo correría á visitar y sanar á todos.” Sin embargo, jamás se negaba, y sus visi- tas jamás eran inútiles. En un pueblo de Aragón, cuyo nombre no nos ha trasmitido la historia, había un enfermo muy grave, quien habiendo sabido que el P. Diego de Cádiz pasaba por aquellas tierras, manifestó vivísi- mos deseos de ser visitado por él. El enfermo era persona muy rica y poderosa por la posición que ocupaba, pero al mismo tiempo muy codicioso, avaro y refractario á toda idea encaminada á tomar las disposiciones que requería lo grave de su enfermedad para asegurar su eterna salvación y la paz de la familia. Cuando el enfermo vió al beato Diego se alegró en gran manera, y esa alegría infundió las más lisonjeras esperanzas. Pero luego que el santo religioso comen-
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