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o y USO les y materiales del prójimo. Nuestro Señor Jesucristo se atuvo in- variablemente al orden de la caridad. El blanco de todas sus miras fué la destrucción del pecado, la muerte del error y del vicio, úni- cos enemigos del hombre, fuente única de todos sus males, porque no sufriría ninguna pena si no cometiera ningún pecado. Pero Je- sucristo tampoco descuidó el consolar á los afligidos, vestir los des- nudos y alimentar á los hambrientos. Si lloró á la vista de la Jeru- salén deicida, lloró también á la vista de Lázaro, y se compadeció de las turbas que le seguían porque estaban desfallecidas por el hambre. Lo mismo hicieron los Apóstoles: primero el alma, después el cuerpo, pero ambos eran objeto de su apostólica solicitud. La misión del beato Diego tenía por objeto primario y princi- pal la santificación y eterna salvación de las almas, y á tan noble fin consagró todas sus fuerzas y empleó todo su tiempo. Pero no por eso descuidó las necesidades materiales y temporales de sus herma- nos. La vista del pobre hambriento y desnudo conmovía profunda- mente sus entrañas. Siempre dejaba una parte considerable de la comida para los pobres, y exhortaba á sus compañeros á que hicie- ran otro tanto. En los pueblos donde predicaba procuró abundan- tes limosnas para socorrer á los pobres á fin de que la misión les diera, no solo el pan del alma, sino también el del cuerpo. Los Se- ñores Obispos solían encargarle que en los pueblos de su diócesis donde misionaba, se informase de las necesidades más urgentes y les remitiera de ellas una nota detallada. Distinguiéronse en eso los Sres. Obispos de Málaga D. Manuel Ferrer, el de Guadix Fr. Ber- nardo de Lorca, y el Arzobispo de Sevilla D. Alonso Marcos de Llanes. El Tustrísimo de Guadix decía muchas veces: ”No sé qué tiene el dine ?PO qué destino para ro mediar las ni cesidades que me Peco- mienda el P. Cádiz, pues en vez de aminorarse me parece que se au- menta.” La misma solicitud por los pobres, viudas y huérfanos des- plegaba el beato Diego en los Estados de los Excmos. Sres. Duques de Medinaceli, Arcos y Alba. Tenía cierto número de personas ri- cas, como D.* Petra de Alcántara Pimentel, marquesa de Malpica, que á sus instancias costeaban la carrera á los jóvenes pobres, daban dotes para ingresar en el claustro ó contraer matrimonio, y pensiona- ban á los artistas que se separaban del teatro para salir del peligro que va anejo á ese profano oficio. Se interesaba vivamente en la buena administración y prosperidad de los hospitales y hospicios para que

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