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pee y a solamente. Infatigable era en la predicación, y nolo era menos en oir las confesiones, y en dirigir las almas. Pasaba habitualmente muchas horas en el confesonario, y dedicaba mucho tiempo en es- cribir cartas espirituales á las muchísimas personas que le pedían luz y dirección para caminar con seguridad hacia la eterna biena- venturanza. El catequizar á los niños y á los ignorantes, y el pre- dicar á los encarcelados eran ocupaciones muy gratas á su corazón. Siempre y en todas partes dió pruebas evidentes que no se busca- ba á sí mismo, ni su propia gloria, ni sus honores, sino la gloria de Dios y la salvación de las almas. Cuando las personas que le rodeaban, testigos de sus apostóli- cos trabajos, le exhortaban á que tomase algún descanso, les con- testaba así: "¿Qué hago yo para el bien de mi prójimo? Ahora es cuando principio á hacer algo: el amor que tengo á mi Dios, y á mis hermanos no me permite parar; es preciso que trabaje y que no sea un sacerdote inútil.” Tal era su respuesta invariable. En ver- dad el amor multiplica las fuerzas, y da á la inteligencia y al co- razón un ingenio poderoso y fecundo en recursos para realizar el objeto que se propone lograr. Aun cuando el bien espiritual y eterno de las almas fuera el blanco de todas sus miras, sin embargo, no descuidaba el alivio de las necesidades materiales y temporales de sus hermanos. La cari- dad no hace parcialidades, ni tiene lagunas en sus designios, Ella tiene presentes todas las necesidades del prójimo, todas, absoluta- mente todas las espirituales y materiales, las temporales y las eternas, porque abarca al hombre todo entero, su cuerpo y su al- ma, su vida presente y su vida futura, todo su destino en la inte- gridad de su naturaleza. No, la caridad no divide lo que Dios ha unido con vínculos in- disolubles, nada olvida, nada descuída de cuanto necesita el hom- bre para su bienestar. Pero si en la caridad no hay parcialidades ni lagunas, tampoco hay confusión, sino un orden perfecto y admi- rable. En su virtud, la caridad atiende primaria y principalmente á las necesidades espirituales del alma, á su santificación y salvación, porque la misma alma es por su naturaleza más noble y excelente que el cuerpo, y la virtud es su bien supremo, el tesoro que le ase- gura una felicidad eterna. Satisfechas estas necesidades, que son las más graves y urgentes, atiende también á las necesidades tempora-
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