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TE sangre de nuestro Señor Jesucristo, y así como el Hijo de Dios vino á este mundo para salvar á los pecadores, y murió por todos sin excepción, entrando en los designios del Dios de todo amor, consuelo y misericordia deseaba vivamente imitar la Bondad eter- na, y padecer cuanto fuere necesario para salvar á los hombres: hé aquí cómo se explica sobre este punto: “Resignado carecería de la vista de Dios hasta el día del juicio universal con tal que todos mis prójimos fuesen salvos. Alegre viviré en enfermedad y trabajos hasta el fin de los siglos sin otro estipendio que el bien espiritual que deseo á mis hermanos. ¿Qué he hecho yo por ellos? Nada: yo soy un simple varón de deseos. ¡Qué pequeña es España! ¡qué estrecho el mundo descubierto para predicar en él á Jesucristo y convertirlo!” Estas palabras que recuerdan las de Moisés y las de S. Pablo no eran vanos. alardes, no eran palabras sonoras y brillantes, no eran hijas de la vanidad y de la ambición, sino la expresión fiel, sincera de sus propios sentimientos, el verdadero deseo de su co- razón. La salvación de las almas por quienes murió Jesucristo no puede menos de ser el gran desideratum del que le ama. Si el Hi- jo de Dios amó tanto á los pecadores é impíos que murió para salvarlos ¿cómo será posible que no participe de ese amor el que en verdad ama á Jesucristo? ¿cómo es posible que no trabaje con todas sus fuerzas para atraer las almas al divino Redentor que tanto las amó? No es de admirar por lo tanto que al beato Diego le pareciera reducida España, y pequeño el mundo entero, y que se sacrificara gustoso para la salvación eterna de los hombres: no temía amarles demasiado cuando consideraba atentamente lo mucho que Dios los había amado Si Dios mismo pudo hacer, si es lícito expresarse así, el sacri- ficio de su propia gloria, pues que como dice S. Pablo, se anonadó á sí mismo haciéndose hombre pasible y mortal, tomando las apa- riencias de pecador, haciéndose pobre é indigente, humillándose y obedeciendo hasta la muerte, y muerte de una cruz afrentosa, y todo por amor al hombre, por compasión, por misericordia, ¿por qué nos hemos de admirar que el beato Diego afirmara que se resignaría á estar privado de la visión de Dios hasta el día del Juicio universal, con tal que todos sus prójimos consiguieran la salvación eterna? ¿Por qué nos hemos de admirar que afirmara, vi-

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