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— 10) — tre las obras exteriores y los verdaderos sentimientos del corazón que es imposible resistirla. Sus palabras igualmente que sus obras revelan lo grande y perfecto del amor que tenía á Dios. Habiendo llegadoá Orense, su sabio y virtuosísimo Obispo el Sr. Quevedo y Quintana, verdade- ra gloria del Episcopado español, en la primera conversación que tuvo con el beato Diego, sospechó que realmente se ha- llaba en presencia de un santo, y le dijo así: quisiera que V.P. no predicara aquí de otra cosa que del amor de Dios. Los deseos del ilustre y venerable Prelado fueron tan plenamente satisfechos por el Siervo de Dios, que decía lleno de gozo y admiración á sus familiares: “Alabemos al Señor que nos hace la gracia de oir ha- blar de su amor de una manera tan admirable.” No fué menos sublime, fecundo y fervoroso en una ilustre ciudad de Andalucía, donde durante veinte días no predicó de otra cosa que del amor de Dios, produciendo en el auditorio los más admirables frutos de Justicia y santidad. En Cádiz, una mujer poco edificante, causa de la perdición de muchos, que por curiosidad fué á oír al ilustre Misionero ataviada con todas las galas propias de su género de vida, de sus recursos y de su vanidad, se impresionó tan vivamen- to cuando oyó predicar del amor de Dios, que en la misma iglesia se despojó de todos sus ricos y elegantes atavíos; salió descalza, arrepentida, penitente, y la que había sido el escándalo de mu- chos fué el ejemplo y la edificación de la Ciudad. Casos semejan- tes ocurrieron en Málaga y en otras poblaciones. ¿Es posible ha- blar así, y con tan asombrosos resultados de un amor que el corazón no siente? Evidentemente que nó. En vano se esforzará la inteligencia para suplir el vacío del corazón, en vano la oratoria agotará sus recursos: la palabra no puede transmitir los afectos que el corazón no siente, no puede comunicar llamas de un incen- dio que no existe. Si el beato Diego era tan tierno, sublime y elo- cuente hablando del amor divino era porque su corazon estaba abrasado en sus purísimas llamas. El que tanto amaba á Dios no podía menos de amar al próji- mo con todo el afecto de su grande alma, porque la caridad es una é indivisible como lo son la fe y la esperanza. No había ex- tranjeros para su corazón. En todo hombre veía un hermano, un hijo adoptivo de Dios, una alma redimida con la preciosísima a
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