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HE tro corazón, le da cierta estabilidad y firmeza en medio de las en- erespadas y amargas olas del mar tempestuoso de la vida presen- te. Navegamos hácia la eternidad embarcados en la nave de nues- tro propio corazón: el camino está sembrado de escollos, y el curso de las cosas humanas levanta grandes y frecuentes tempestades, que nos ponen en gravísimo peligro de un horroroso naufragio. Cuan- do el soplo de la tentación levanta la borrasca de la desesperación es menester fijarse en las promesas de Dios, y en su misericordia infinita y todopoderosa: no hay mal de que el Señor no nos pueda librar así en la vida presente como en la futura, y mientras vi- vimos en este mundo el trono de la gracia y del perdón nos es accesible: nadie debe desconfiar, de nadie se puede desesperar por- que todo el tiempo de la vida presente es tiempo de misericordia, misericordia infinitamente superior á todo pecado y á toda mali- cia. Nadie se meta á escudriñar los secretos de Dios en orden al número de elegidos, y á sus eternos é inmutables designios sobre nuestra suerte en la eternidad, sino tener siempre muy presente lo que él nos manda hacer: altiora te ne queesieris, et fortiora te ne scrutatus fueris, sed quee tibi proecepit Deus hwc cogita sem- per. Y si el. corazón siempre instable y veleidoso cae en el extre- mo opuesto, y pierde aquellos sentimientos tan nobles y rectos de la humildad cristiana es preciso enderezarlo recordando que nadie conoce los juicios del Señor si él mismo no los manifiesta, y que para reprimir nuestro orgullo guarda un secreto impenetrable acer- ca de lo que piensa de nosotros. Ignora el hombre si es digno de amor ó de odio: en orden á eso se le deja en la incertidumbre: nescit homo utrum amore velodio dignus sit; sed omnia infutu- rum servantur incerta. Entre esas corrientes navegaba el beato Diego hácia la eterni- dad evitando cuidadosamente los escollos de la desesperación, de la presunción y de la temeridad. Estos son también los peligros que debemos evitar si queremos tener algún consuelo en los males de la vida presente, y saborear de antemano las delicias de la eterna bienaventuranza, porque nadie confía como es debido en el Señor. y queda burlado en sus esperanzas.

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