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— 66 — pecadores, el que más mal ha usado y correspondido á los auxilios y gracias que debo al Señor, protesto como verdadero católico, que hav en Dios sobrada misericordia para perdonarme y salvarme. Tan firme estoy en esto que creo también que si un condenado, ú el mismo Lucifer, hiciese un fervoroso perfecto acto de esperanza, Dios le había de perdonar y llevar del abismo al Cielo. Lo creo, Dios mío, lo creo, y daría mil vidas que tuviese, en defensa de esta verdad. Yo quiero Sr. D. N. que mis pecados me humillen á los pies de Jesucristo mi Redentor, y no á los del Demonio mi enemigo. Viva la bondad infinita de mi Dios, viva su amor á los pecadores, viva, viva mi Dios misericordiosísimo para este pobre- cillo y los demás que le han ofendido. Sr. D. N. ínterin no pien- se V. así, repito que no se acuerde de buscarme, pues yo llamo, busco y quiero pecadores confiados, y no justos sin esperanza. Nuestro amable Dios dé á V. esta y las demás virtudes que l faltan y necesita, como se lo ruega un pobre pecador que vive y quiere vivir, y morir en la esperanza de su amabilísimo Salvador. —Fr. José Diego de la Esperanza. P.D. No quise leer más que hasta la expresión que va ra- yada, y esto me sobró para arrojar lejos de mi la carta, y afligir- me demasiado. No vuelva V. á pensar semejantes loquísimos de- satinos.” Dura, desabrida fué la respuesta, pero era digna de la tenta- ción por demás peligrosa que combatía. Esta carta del beato Die- go fué un rayo de luz que disipó las tinieblas que oscurecían la verdad, un bálsamo que curó una profunda herida, un mensajero de paz y de amor que devolviendo la esperanza á un corazón que la había perdido restableció en él la tranquilidad que goza el alma cuando confía en Dios en la forma que él nos manda esperar en su misericordia. Un pecador desesperado hacía ya muchos años se había en- tregado completamente á todas las pasiones y á todos los vicios, porque creyéndose ya condenado le parecía que no debía negarse cosa alguna en este mundo de cuantas pudieran causarle algún placer. Por una admirable disposición de la divina Providencia oyó un sermón que el beato Diego predicó sobre la misericordia del Señor en la iglesia de las Religiosas Cistercienses de Málaga. “Sólo el condenado, dijo entre otras cosas, debe desconfiar de la
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