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Cn Una persona vivamente tentada de la desesperación, y deses- perada tal vez, escribió al Siervo de Dios una carta en la que le comunicaba el triste estado de su espíritu, las dudas que abrigaba en orden á su salvación, y la poca ó ninguna confianza que tenía en la misericordia del Señor. A esa carta tan triste y desconsola- dora contestó nuestro Beato con la siguiente: "Señor D. N. de toda mi estimación: Dios sea siempre con nosotros para que en todo le agrademos. Disgustadísimo leí la de V. de 4 de Mayo por los grandísimos disparates que ella me propone en orden al modo con que V. siente de la misericordia de Dios. ¿Dónde ha leído Y. que esta misericordia no es para los que han abusado y desperdiciado sus beneficios? ¿Quiere Y. con esa Luciferiana humildad confesarse indigno de la verdad eterna? ¿Pues qué, no hay otros medios para manifestar que de nosotros, Ó por nosotros no la merecemos? ¿Quiere V. por tan impropio medio publicar sus muchos pecados para que lo tengan por lo que es? ó quiere acaso mover á compasión á los que le vieren triste y macilento á efecto de estar poseído de los diabólicos pensamientos que vacia en su carta? Maldita sea de la Beatísima Trinidad la humildad que nace de tal desconfianza de su misericordia. Maldi- to el Angel que la inspira, y malditos los efectos que produce en quien la abriga. Sr, D. N., si V. ha de seguir pensando tan vaga- mente de la bondad de Dios, ni se acuerde que vivo, ni que tuvo tal amigo, ni vuelva á tomar la pluma para escribirme, ni haga oración por mí, pues no necesito de su oferta y fineza para cosa alguna. Yo soy un infeliz pecador que habiendo abusado y abusan- do continuamente de la piedad del Señor, merezco me abandone á mis delirios, y no tengo otro consuelo que la humilde segurísima esperanza en su infinita misericordia. Maldita humildad, repito, la que para humillarnos delante de Dios, pone en nosotros, ó más culpas, ó más malicia que la que su bondad puede perdonar: mal- dita sea mil veces, maldita sea semejante humildad. Allá le vuel- vo á V. su desatinada carta, que ni eso quiero conservar de quien tan abiertamente deshonra á Dios en su misericordia, y tanto le agravia con su desconfianza. La puerta del cielo es la esperanza; la del infierno la desconfianza y la impenitencia que á ella se si. gue. Infiera V. de aquí qué buena podrá ser la humildad que nos llevará al abismo si la seguimos. Confieso que soy el mayor de los 9
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