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— 62 — secuencias de una muerte inopinada? ¿Dónde esta esa desconfian- za de sí mismo, la fe en la necesidad de la gracia de Dios para sal- varse? Muchísimos viven como si estuvieran persuadidos de que Dios no puede negar á nadie la gloria del cielo; muchísimos viven como si estuvieran persuadidos de que la eterna bienaventuranza es un asunto exclusivamente propio del hombre, y que para con- seguirla no se necesita del auxilio de la gracia. ¡Funesta ilusión, peligroso error! Este es el envenenado manantial de donde proce- de la indiferencia religiosa, la plaga más universal, la llaga más profunda, la enfermedad más grave, la peste más asoladora de nuestros tiempos. Muy distante de estos extremos se hallaba el bea to Diego. Sus apostólicos trabajos, sus predicaciones, sus escritos, su santa vida, todo nos asegura que el siervo de Dios confiaba de tal manera en la misericordia todopoderosa del Señor, que siempre abrigaba al- gún recelo, y que de tal manera recelaba que esperaba firmemente en la misericordia infinita y omnipotente de Dios. Sabía bien que la verdad del Evangelio es una é indivisible, que no puede ser fir- me y consistente en unas doctrinas y débil y fluctuante en otras, sino que todo lo que dice es igualmente cierto y verdadero, por- que el mismo Dios que nos enseña que sin el auxilio de su gracia no podemos salvarnos, nos enseña también que á más de la gra- cia se necesita el concurso del libre albedrío, y el mismo Dios que nos enseña que sólo los réprobos que están en el infierno no conse- guirán misericordia, y nos manda esperar en tras nuestra suerte eterna no está decidid su misericordia mien- a de un modo definitivo, nos manda temer los impenetrables juicios de su justicia, y una muerte impenitente: un mismo Dios nos ( y tan infalible es en una como en otras, responden á los insondables secretos del adorable Providencia cuy 'nseña todas estas cosas, porque todas ellas cor- orden invariable de su as disposiciones se fundan todas en la en la justicia, según la hermosa y sublime expre- sión de los Libros santos. Bien penetrado de esta doctrina el beato Diego, religiosamente en sí mismo, y la e misericordia y la practicaba nseñaba á los demás con no menor religiosidad. Su perseverancia en la oración vocal, contí- nua meditación de las verdades eternas, fuga de los peligros y ocasiones voluntarias de pecar, la guarda de sus sentidos, su dura

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